Volvía a poner La Zesty a rodar. Desde noviembre del 2014, con la
excepción del finde biker de Camarena de la Sierra con el grupo, esta era la
primera ruta desde hacía más de un año. Muchas, muchas cosas han pasado desde entonces…
pero, centrémonos en la ruta, en las sensaciones que ha dejado, en las fotos
recogidas, en este texto que intentará explicar lo vivido en esta jornada
irrepetible.
Esta era una de esas rutas que estaban por ahí, por mi cajón desastre de rutas preparadas para realizar y que nunca se había llevado a cabo, luego en una de esas veces que petó el ordenador pues se perdió como otras tantas que me toca ir rehaciendo de vez en cuando. Hablando recientemente del próximo finde biker surgió la idea del valle de Ayora y ya está tenía que recuperar este trazado. Intuía una ruta bonita pero la realidad supera a la ficción infinitamente.
Así que salimos de casa con el Ibiza cargando a la Zesty que
desde el techo tiene un lugar privilegiado para ir oteando el paisaje. Teba me
acompaña y esperará en el campamento base estudiando y dando un paseo a que yo
vuelva para comer juntos. A las 10 en punto me pongo me marcha desde el área de
recreo de Tollo Pillete. Me dirijo hacia el sur, como si volviese buscando la
carretera que unos minutos antes dejaba atrás dirección Carcelén. Ligero
ascenso en estos metros iniciales que sirven para calentarme ante el fresquito
que, a pesar del intenso sol, luce esta mañana. Llego hasta el cruce y veo la
rambla de la Espadilla a mi izquierda, seca, como si nunca hubiera conocido el
agua. Giro a la derecha y sigo el camino asfaltado con la muela a mi derecha y
el pequeño valle de la rambla a mi izquierda. Al otro lado la carretera de
Carcelén que de vez en cuando se deja oír con algún coche que pasa atronando
este paisaje calmo y silencioso.
Los trigos crecen con parsimonia custodiados
por alegres amapolas que pintan de alegría los monótonos verdes del joven
cereal. Un escarabajo cruza la carretera con paso bamboleante pero decidido.
Sigo adelante y llego a la Finca Peris. La casona parece haber vivido mejores momentos, aun así el lugar ocupa un espacio privilegiado en este tranquilo paraje. Desde el cruce voy llaneando pero parece que no avanzo pues voy disfrutando tanto de la experiencia, casi nueva para mí de estar metido de lleno en una ruta, que la miro “con ojos de principiante” cosa que intentaré aplicar al resto de la ruta.
El alto de la montaña ha sido tomado al asalto por
los enormes molinos eólicos que pueblan las cumbres de nuestras montañas. Pocas
son las sierras que aún se ven libre de está “planta invasora” cosa que lejos
de lo que pudiera parecer no ha servido para bajar el coste de la electricidad
que consumimos en nuestros hogares, más bien al contrario. Energía de
producción gratuita que pagamos a precios astronómicos. Pero en fin, ese es
otro tema.
En la Cañadilla dejo el asfalto tomando el camino a la izquierda en suave bajada hacia el P.E. Villanueva II. La bajada es un espejismo y pronto comienza la subida. Los molinos que veía a mi derecha antes de dejar la carretera son mi destino. El camino es ancho y no presenta ninguna dificultad, aparte de la gravilla gruesa que impide un rodar más suave y uniforme. Ni siquiera la subida pone una dificultad especial. Subo a tren, con calma y disfrutando del paisaje entre pinos, jaras y tomillos que inundan el paisaje con un aroma encantador. Llego al desvío a la derecha hacia el mirador en lo alto de la muela. Esta muela mira hacia el norte y preveo unas vistas abiertas sobre el cañón del Júcar. Ese es el motivo por el cual me decanto por esta subida y no por la del Castillico unos metros más adelante a la izquierda con magnificas vistas, intuyo, al valle que hace poco veía a mi izquierda. Pero en esta primera ruta no estoy aún para forzar y tuve que decantarme por unas u otras.
Poco a poco, a cada pedalada, voy entrando en los dominios
de esos gigantes de acero. El leve viento los mueve un poco y dibujan la sombra
de su lento movimiento cortando el camino que transito. Una espada de oscuridad
se mueve como un espejismo sobre las plantas que bordean el camino y el efecto
crea un extraño magnetismo, un movimiento que las retinas casi no pueden
comprender y que avanza como las olas hacia mí. Divertido e inquietante al
mismo tiempo. Sigo adelante hasta el último de ellos, el que queda más lejos y
más arriba.
Allí un mirador de madera a modo de balcón se asoma, no tanto como
yo querría hasta los cañones del Júcar. Las vistas son impresionantes. Los murallones
rocosos muestran su colorida geología y parecen indicar un hundimiento del
terreno más que una erosión a lo largo de los años. Más cerca, justo debajo de
la montaña se muestran diversos caminos que cruzan la sierra y se adentran en
territorio manchego. También el aula de la naturaleza de Moragete y la casa Los
Seros son visibles desde aquí arriba. Almuerzo alternando la sombra del enorme
molino con el solecito del mirador disfrutando de las vistas y de la enorme
sensación de quietud que se respira aquí arriba. El tiempo parece detenerse; el paisaje es ajeno a todo problema y uno se pregunta si podría ser paisaje, quedarse aquí
una eternidad… o dos. Me viene a la memoria una estrofa del último disco de
Love of Lesbians:
La vida es más fácil si andas despacio,
¿no ves que nadie
llega al fin?
que fuera epitafio de el hombre más sabio un
“yo sólo pasé por
aquí”…
Con esta musiquilla en la cabeza ataco el bocata regado con la cerveza
que aún está fresquita.
Calma chicha rodeado del extasiante aroma de los tomillos. Respira aquí y ahora.
Calma chicha rodeado del extasiante aroma de los tomillos. Respira aquí y ahora.
Me pongo en marcha para completar los dos segundos tercios de la ruta. La bajada imponente va cobrando velocidad en esta larga recta hasta el camino. Giro a la derecha en subida, encuentro el camino del Castillico y lo dejo atrás con pena, pero hoy no toca. Sigo bajando entre pinares, tomillos, ramblas y barrancos. Los molinos van quedando cada vez más arriba, tan cerca y tan lejos ante este sinuoso abrazo del camino con la montaña. Bajada rápida, divertida y sin grandes obstáculos.
Paso junto a la fuente de Moragete sin agua que fluya.
Poco después encuentro el camino de asfalto que dejé allí en la Cañadilla, este
baja hacia el aula de la naturaleza.
El refugio cerrado deja poco sitio donde
refugiarse en caso de que te pille una tormenta o la noche en plena montaña. Sigo
bajando ya de manera menos pronunciada hacia la casa Los Oseros. Es el último
tramo de bajada de este segundo tercio.
Ante mí el camino sube acurrucado en
las paredes de la montaña y los abrigos y cuevas se hacen visibles también a
este lado del río.
En plena subida me acerco hasta la entrada de la Cueva de
Don Juan. Un lugar espectacular que visitamos hace unos años en la excursión
del domingo de la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2010/09/cronica-de-los-embarcaderos-de.html
Tras este pequeño desvío sigo subiendo hasta otro desvío a la izquierda hacia el mirador Los cañones del Júcar.
Impresionante lugar al pie de los
cortados. Desde aquí se hace más evidente el camino que circula a media altura
del cortado en la vertiente norte del río. Solo queda una breve subida hasta el
altiplano de la muela ya por asfalto. Allí arriba llanearé hacia el oeste
buscando la bajada hacia Jalance. Nada más iniciar esta espectacular bajada llego al mirador de Jalance. Otro lugar
espectacular.
El castillo de Jalance aparece empequeñecido y casi ninguneado ante el acaparador protagonismo de las enormes chimeneas de la central nuclear de Cofrentes. Sigo con la bajada apurando frenos en cada curva y volviendo loco al GPS que casi no le da tiempo de actualizarse ante los contantes cambios de dirección.
Llego muy pronto al desvío que tomaré a la derecha en plena bajada.
No tiene pérdida pues indica hacia la fuente del Tobarro que fue el primer
lugar que tomé de referencia para hacer esta ruta. Desde allí solo es seguir
hasta cerrar el círculo. Ya no abandonaré el asfalto y la carretera bordea los
recovecos que dibuja el barranco del agua conforme lo voy remontando. El
paisaje es bonito pero se me hace largo este tramo con subidas algo más duras
de lo que esperaba en esta zona.
El área del Tobarro es una preciosidad metida
en la umbría de un espeso bosque. Fuentes, agua, humedad, sombra, un pequeño
refugio abierto y ¡¡¡ LIMPIO!!!
Sigo adelante encarando el último tramo de subida y como si
se tratase de una venganza resulta ser la rampa más dura, o casi, de toda la
ruta.
Ya poco importa, el frescor de la cerveza que me espera unos metros más
allá, en el campamento que hemos improvisado, ya me empuja en este final de subida hasta llegar al área de recreo donde
hace casi 5 horas comencé la ruta. Llego eufórico de paisajes y sensaciones, de
reencuentro con las montañas y las rutas que tanto me reconfortan y me
fortalecen.
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