martes, 10 de diciembre de 2013

Riba Roja-Lloma de Betxí-Manises


Esta ruta iba incluida, en un principio, en aquella que tengo prevista al Tos Pelat de Moncada. Su lógica estaba en que aquella ruta irá muy unida a la RAM (Real Acequia de Moncada)ya que dos de los lugares de máximo interés radican en los molinos de Albalat y de Moncada junto a la citada acequia, así que qué mejor que pasar por el propio inicio de la acequia como homenaje. Pero la gran distancia de la ruta aconsejaba dividirla y dejar tramos más cercanos ya hechos y así disfrutar un poco más de todos los puntos de interés en ambas rutas.

Así que me pongo en marcha bajando rápido hacia el río. Con el sol apenas asomando por encima del horizonte de árboles y dificultando la visibilidad una barbaridad, pues este inicio de camino se dirige hacia el este y el sol es una linterna proyectada directamente a los ojos. El tramo conocido del río Turia hasta masía de Traver no ofrece nada nuevo y a la vez es todo diferente. Al buen observador le basta un día, que digo un día, unas horas para ver transformado el bosque en otra postal totalmente distinta en la que no cambian los actores pero que cambia la luz, las formas, las texturas, los aromas y sutilezas de una naturaleza cambiante a marchas forzadas, con la humedad flotando en el ambiente al amanecer  o con el sol de mediodía apoderándose de esa leve humedad que antes amortiguaba los sonidos y revivía los colores y olores. Ya digo, nada distinto y todo nuevo. Un paisaje digno de admirar y saborear, de disfrutar como si fuera la última vez, el último regalo de un bosque hasta hace poco desconocido. 

Llego al desvío de la Masía de San Antonio y recorro los pocos metros que me separan de ella. Un par de fotos a la masía y al precioso panel cerámico son más que suficientes para acabar hasta los mismísimos de un perro que no para de ladrar y amenazar con destrozar la cadena que lo sujeta; si esto es lo que esperan que sufran los ciclistas que se acercan por aquí a almorzar que no cuenten conmigo, la amabilidad con la que somos recibidos ladra a la vista. Tanto en esta masía como en otras cercanas se ha puesto de moda el tener caballos para dar paseos por el parque fluvial, pero a estas horas los potros campan a sus anchas en amplios recintos de tierra con la tranquilidad que dejan los ladridos del dichoso perro. Me alejo de allí antes que un trozo de pared vaya a ir detrás de la bestia que estira de la cadena que se ancla a la pared y pongo rumbo a la Vallesa pasando por la estación de metro del Clot. Primero pasando bajo el acueducto y sobre el barranco de Mandor al mismo tiempo, y luego subiendo entre la chopera para remontar por una sendita junto a la vía y cruzarla ya arriba por el paso accesible, sin un absurdo ascensor, por cierto que esta estación de metro también está en el término municipal de Riba Roja, pero o es que el metro es menos importante que el tren de cercanías, aunque tenga más frecuencia de paso, o es que la seguridad de estos vecinos importa menos, o es que el listillo de turno ya se marcó suficiente estupidez con los citados ascensores de Loriguilla, en fin. Junto a la vía he pasado sobre la carretera que ahora tendré que cruzar. Como resulta que esta parte de la Vallesa es privada no hay un acceso, ni siquiera peatonal, hay que hacer un poco de encaje de bolillos para llegar hasta allí. Cruzada la carretera ya entro en el nuevo ensanche proyectado para agrandar las urbanizaciones a costa de la pinada de la Vallesa, por supuesto de la parte pública, que entre urbanizaciones, el metro, las ampliaciones de las líneas de alta tensión y demás zarandajas cada vez queda menos bosque comido por el imparable y voraz apetito financiero de los que quieren pelotazos a costa de lo que sea. 

Hubo una iniciativa de marcar árboles para impedir que se talaran, no sé hasta qué punto tuvo éxito, imagino que más bien poco y cuando se hagan las parcelas y los chalets menos aún. Me dedico a vagar un poco por este “extenso” pinar y las mil y una sendas que lo recorren. Se trata de disfrutar del entorno para acabar llegando a la zona de trincheras  de la guerra civil. 

Este funesto patrimonio de nuestra historia languidece absorbido por una naturaleza que siempre estuvo allí y que sirvió para cobijar el horror de aquellos terribles momentos de lucha, hoy, y ante la falta de señalización de estos elementos históricos, la naturaleza reclama su parte y vuelve a tomar, poco a poco estos lugares, tapando con su verde manto de vida el horror de aquella tragedia. Vuelvo a las sendas, a los caminos pedregosos y las bajadas técnicas disfrutando de cada pedalada en este bosque tan cercano y que a veces dejo largo tiempo olvidado. Me dirijo hacia una casona con una puerta de hierro forjado que llamó mi atención desde la primera vez que la vi hace algunos años. 

El portalón es tremendo con sus filigranas y su escudo de armas. Tras esto voy dirección sur-suroeste hacia el paso a nivel de La Vallesa. Poco después el camino entre la urbanización se torna una senda pegada a la verja que delimita la parte privada de este bosque. Mi siguiente punto de destino está allá abajo, junto al río, bueno casi, así que sigo bajando siempre con la verja a mi derecha y disfrutando de tanta pinada y tantos caminos 100% biker. Al final el camino muere junto a una puerta que entra hacia los naranjos al otro lado de la valla, junto al más de Vélez. A la izquierda un puente salva el barranco y sirve de paso a una tubería de agua. 

El puente, con su valla de madera es una autentica preciosidad, solo faltan los hobbits paseando por él para que el cuento quede precioso. Más a la izquierda sobre la loma está el poblado Íbero de la Lloma de Betxí. Unas horribles estructuras a modo de parasol de uralita metálica afean sobremanera el entorno. Y es que una cosa son las excavaciones arqueológicas y otras cuidar el paisaje, aquí cada colectivo va a la suya y lo demás no importa, la estética no le importa al arqueólogo, la accesibilidad no le importa al paisajista, los costes de lo uno o de lo otro no le importa al político que gestiona la pasta desde la comodidad de un despacho, y si puede trinca algo que para eso maneja la pasta que le recorta a unos y a otros… podría seguir pero me estoy encendiendo, así que me dedicaré a la ruta. Al final resulta que la panorámica es fea por las estructuras metálicas instaladas para unas excavaciones largo tiempo paralizadas, el acceso es pésimo por no decir algo peor, la señalización se la han pasado por el forro… pero seguro que en algunos presupuestos habría una partida para todo ello, y suma y sigue. Retrocedo por otro camino para llegar a la base norte de la loma. Allí una senda muy rota se deja ver como inicio de la subida, empujo la bici hasta arriba para llegar a un poblado muy similar a los conocidos del Castellet de Bernabé, El Puntal dels Llops o La Monrabana. 

En bastante peor estado de conservación a simple vista aunque quizá más importante en cuanto a los hallazgos encontrados, no sé, pero parece un solar en construcción. Tiene unas vistas muy cerradas de la parte del río que le queda muy cercana hacia el sur, en concreto de la Presa de Manises; la Rodana del Pic y el campanario de Riba Roja que, lógicamente, no estaría en su época, hacia el oeste. El puente y La Masía de Vélez aún son más visibles desde aquí arriba. Bajo atravesado el poblado de norte a sur y sigo disfrutando del paisaje con tramos algo más complicados de terreno debido a la arena suelta y blanda que se acumula bajo las ruedas. Llego al acantilado sobre el río. 

Abajo la estación de aforos de Manises donde el río se vuelve una lámina de plata, que dibuja difusamente la arboleda que lo rodea. 

A la izquierda el puente nuevo del parque fluvial y el área de recreo que se ha expandido y acondicionado junto al azud de la RAM. 

Estoy justo detrás del edificio que se presenta como una enorme masía. Ruedo un poco por aquí y por allá intentando acercarme a la toma de agua de la acequia pero está todo vallado, así que sigo adelante y cruzo la A-7 giro a la izquierda y pegado a ella y a su ensordecedor e incesante ruido voy hacia el mirador de Paterna. Antes llego a una zona de bosque en la que el camino que venía siguiendo desaparece y allá te las compongas para cruzar por las sendas que, en alguna bajada, es un tanto peligrosa. Ya conocía este tramo de camino desde hace años, pero creía que lo habrían acondicionado pues es un paso casi natural como alternativa al camino del río. Tan solo hay una bajada muy, muy, pero que muy pronunciada que si no quieres arriesgar mejor te bajas de la bici y problema solucionado, con lo que el acondicionamiento del camino sería muy sencillo si alguien se tomara el más mínimo interés. Luego, tras una breve subida se llega al citado mirador acondicionado con unas mesas bajo unos pinos que dan sombra. 

Vistas al río y a la zona del Mas del Racó de Manises con la pasarela de madera acondicionada para cruzar el río. Los naranjos y las masías llenan este espacio que de momento es lo único que queda de huerta en Manises, pues tras la paralización del Gran Manises solo queda esto. La huerta que conocía de toda la vida bajo de mi casa cuando era niño ha o está, a punto de desaparecer. Almuerzo aquí antes de seguir el camino que se unirá al parque fluvial poco antes de la toma de la acequia de Mestalla. 

Luego paso bajo el megalítico puente nuevo de Manises a Paterna. 

Sin comentarios, bueno sí: el puente es el doble de ancho porque algún espabilado nos ha querido regalar a peatones y ciclistas una acera y un carril bici a cada lado de la carretera el doble de ancho que la propia carretera. 

Cosa que le agradecemos, no vaya a parecer que encima somos unos desagradecidos, que tras la rotonda, que ha costado más de millón y pico de euros, “glorieta” dicen ellos en un cartel que además no tienen ni la decencia de haberse ahorrado para al menos no restregarnos por la cara el escandaloso coste de esta memez. 

Gloria no sé de quién pues el acceso a Manises sigue igual de estrangulado que ha estado siempre debido a que la calle Rafael Valls no da más ancho del que tiene. Cuanto ha cambiado desde los tiempos en que este paso se hacía en barca, aquello era en la década de 1920-30. Pero acabáramos, la solución, tontos de nosotros, ha sido cargarse la poca huerta que quedaba en Manises para hacer una “ronda norte” y una ciudad del deporte, y los terrenos restantes los recalificamos y otro pelotazo. De esta manera damos una doble entrada y salida al pueblo y ya nos sirve el carril (que ya teníamos antes en el otro puente) para congestionar este acceso, pues ahora se quedará pequeño el puente. Me dedico un momento a admirar el puente que eso si, bonito es. Moderno pero bonito, cuanto menos curioso. Así que doy, primero un paseo por lo que cuando era niño era el camino que bajaba junto al río hasta la escala primera (azud de la acequia de Mestalla). El azud está casi tapado por el cañaveral que crece sin control y que apenas deja divisar las gastadas piedras que a fuerza de correr el agua acabaron desgastadas e irregulares, menos mal que desde el camino del río se ve mejor este azud. Sigo adelante buscando lo que antaño fue un campo de deportes al que bajábamos desde los colegios para hacer algunos ejercicios como lanzamiento de jabalina. De aquello no queda ni rastro, pero mejor haber dejado perder un campo de deporte para ahora poder hacer otro nuevo. 

Así que continúo hasta la escala 2ª (donde está la toma de la acequia de Mislata), aquí recuerdo que había una senda que cruzaba la acequia y se adentraba en la huerta, que en aquellos tiempos parecía tan grande en la parte norte de Manises. Retrocedo dejado atrás fantasmas del pasado y tomo un camino a la derecha que sube y llega casi inmediatamente a la parte trasera de los colegios. 

Aquí el nuevo bulevar o ronda norte o como le quieran llamar está a medio terminar, algo más atrasada parece que va la ciudad del deporte. Ya puestos voy a recorrer este vial antes de que se inaugure. Llego por él en un minuto a la rotonda de Francisco Valldecabres. Justo antes tomo, girando a la izquierda el Passeig del L’Horta que no es más que el paseo que se hizo al cubrir la acequia de Quart. Esta acequia, la acequia de Manises de toda la vida nace junto al puente de la A-7 unos metros después de la acequia de Moncada y discurre por la margen derecha del río. En Manises alimenta, o alimentaba el Molí de Daroqui, central hidroeléctrica Volta o Molí de la Llum como comúnmente se le ha llamado siempre.  Esta es la acequia que pasaba por detrás de mi casa cuando era pequeño, luego se cubrió y dejamos de perder balones que caían constantemente a la acequia y que seguían su curso, inevitablemente si no éramos capaces de recogerlos antes del puente de la “fabriqueta” también hoy desaparecida y lugar por el que bajábamos a la huerta de mi abuelo. Estoy siguiendo el trazado de esta acequia con la intención de encontrar, si alguna vez lo hubo, algún rastro de un lavadero en Manises. Las cuevas, donde vivió mi madre en su niñez también han dejado paso a modernas casas, así que de ese vestigio histórico tampoco tenemos ningún testimonio. El curso de esta acequia pasa por el acueducto de Els Arcs y llega a Quart de Poblet donde aún tiene un bonito elemento hidráulico junto a la ermita de Sant Onofre. 

Así que recorro todo el tramo de la acequia hasta Faitanar y me adentro en el barrio de Obradors. Hoy prácticamente sin actividad industrial relacionada con la cerámica que era su principal valor y con muchas casas en lamentable estado de abandono o directamente demolidas. Callejeo por un barrio largo tiempo olvidado por mí. Y así llego a la fábrica de Cerámica Valenciana J. Gimeno Martínez. 

Un viejo y  bonito edificio con un torreón a modo de castillo. Disfruto de ver este edificio como nunca antes lo había admirado. Sus formas, sus paneles cerámicos, su historia que es la historia de un pueblo. Una industria casi desaparecida no solo ante el imparable poder de una industria venida de oriente a bajo coste, sino también ante las cosas mal hechas y una absoluta falta de previsión y creer que ya estaba todo hecho y no saber adaptarse a los tiempos cambiantes, pero tampoco conozco en profundidad los hechos como para juzgarlos aquí, ni tampoco es a eso a lo que me dedico. 

Admiro varios paneles cerámicos en un patio interior que es una delicia. 

Luego retrocedo por el barrio, para no coger la carretera y me adentro en el casco antiguo del pueblo pasando junto al museo de cerámica, la ermita de Sant Antoni y la plaza del Corazón de Jesús. Buenos recuerdos se agolpan a la vez en mi memoria. Partidos de futbol en aquella recién inaugurada plaza que nos hacía salir corriendo cuando algún guardia asomaba por la esquina, entonces la autoridad era la autoridad y el hecho de saber que estábamos haciendo algo malo o prohibido nos llenaba de miedo, eso también ha cambiado y de qué manera. 

La casa del club de ajedrez, que ahora es una comparsa me muestra su fachada y su puerta cerrada atrapando adentro mil y un recuerdos, millones de jugadas, de jaques, de peones sacrificados en pos de un Rey mucho más importante, mira casi como la vida misma. Pienso con nostalgia y algo de tristeza, ante la puerta, mi siguiente movimiento. Callejeo entre calles estrechas que contienen el vía crucis de paneles cerámicos adosados a las paredes de las casas con el reconocimiento a las familias que los han patrocinado y costeado. Así llego a la plaza de la iglesia. 

Tan grandiosa que yo siempre la llamé la catedral, aunque solo es una iglesia, la de San Juan Bautista, y que como curiosidad tiene su cúpula de reflejo dorado metálico única entre las iglesias de Valencia. 

Sigo mi recorrido por callejones estrechos que algo tienen que ver con mi infancia y juegos de niños. 

Y así llego a una calle muy especial aunque a otros les traerá más recuerdos que a mí, no me resisto a hacer la foto que otros compañeros seguro reconocerán, continúo adelante. Otra vez hasta la ermita y giro a la izquierda pasando frente al ayuntamiento. Es un edificio bonito pero mi cabreo con la política hace qué pase de él y siga adelante. Esta huida hacia adelante me lleva a mi antiguo barrio: tan igual y tan diferente. Tan extraño, tan desubicado que no me dice nada y a la vez me llama por mi nombre. No queda nada de aquella calle de tierra en la que jugábamos a mil y un juegos que hoy forman parte de la prehistoria y con los que sería imposible entretener a los niños de ahora. 

Hasta la calle parece más pequeña y estrecha y me hace preguntarme cómo era posible jugar mientras había coches aparcados e incluso había un carril para que estos pudieran pasar. Veo mi portal, mi balcón, mi ventana, nada es mío y en cambio podría identificar cada palmo de aquella casa de apenas 50m2 que me vio nacer y crecer. Ya no pertenezco aquí así que me voy, en realidad ya no sé a dónde pertenezco. Salgo a Francisco Valldecabres, llego a la rotonda a la que antes casi he llegado, giro a la derecha y luego izquierda para bajar al río. Allí llego a la escala 3ª, al azud de la acequia de Tormos. 

Junto al río se ha habilitado una explanada con unas mesas de piedra y una fuente. Aquí toda la vida hubo un merendero bajo una enorme chopera que daba sombra y frescor a aquellos veranos infantiles, veranos en que veníamos a bañarnos a un río limpio, al menos en apariencia, quizá ya estuviera más contaminado de lo que creíamos pero esa certeza nos llegó años más tarde cuando el agua empezó a tener color y perder su transparencia. Ya remonto el río hacia casa pero antes aún he de hacer algunas paradas. 

La primera es en una torre casi junto el paraje del Salto del Moro que queda allá arriba a la izquierda Allí hay una torre con una pasarela, una especie de viejo molino o central eléctrica, no sé muy bien lo que es pero que forma parte de este espacio fluvial desde lo más antiguo de mi memoria. Las panorámicas que ofrece el río son un tapiz de colores otoñales tanto en el suelo como en la luz difusa que pinta el cielo de un azul especial, más denso y más azul, sin ese dolor en los ojos del cielo veraniego. 

Qué decir de los árboles que me obsequian postales que me obligan a parar a cada isntante. Luego, tras pasar la pasarela giro a la izquierda para adentrarme en el Racó, una barriada de Manises alejada del casco urbano y que veía hace unas horas desde el otro lado del río cuando almorzaba en el mirador de El Pontó. Hay varias grandes casonas pero yo ando buscando unos pequeños huertos de alquiler: Los Huertos del Turia. Es esta nueva moda urbana de tener un pequeño huerto en propiedad o alquiler para ir a cultivar tus propias verduras y así estar un poco más en contacto con la naturaleza, hacer algo de ejercicio y dejar atrás el estrés a base de azadón y de arrancar malas hierbas. Es curioso que en de la partida del Racó halla dos masías que se disputan e nombre y hasta tienen su propio panel cerámico que lo reivindica. Toda esta zona es por la que hacíamos el paseo, unos buenos 5Km. que casi todas las tardes, cuando volví de Mallorca me hacía a diario en compañía de mi hermana, luego la tradición la siguieron los compañeros de Roda i Pedal, cuando yo me fui a Riba Roja, bien para abrir el apetito o bien para asentar la comida dominical. 

La última de las masías ha cerrado el paso aduciendo aquello de camino particular, y aunque no hay  una cadena que cierre el paso no hay motivo para una absurda discusión. El caso es que retrocedo admirando de nuevo las viejas y muchas abandonadas masías que junto a la acequia habrán vivido tiempos mejores. Llego al barrio de San Francisco y giro a la derecha en busca de la masía de San Juan. 

Allí, aparte del curioso y precioso arco de entrada hay una ermita o capilla visible en la distancia. Raudo me preparo a sacar unas fotos para Vicente e intentar un nuevo hallazgo de ermita. 

Entre la distancia y el camión aparcado casi delante me deja poco espacio para la foto, pero algo es algo. Sigo hasta el final del camino pues este se mete, a la derecha en la propiedad privada por la que no me he querido meter unos 100 metros más allá. Recto sigue el camino que baja hacia el río para encontrarse con la pasarela que se ve desde el mirador y que era, antes del parque fluvial, el único paso, a través de unas piedras y unos tubos rotos para llegar al otro lado del río y poder llegar a la Vallesa. Ahora vuelvo a retroceder y tomo un camino a la derecha que se adentra en un páramo de hierbas altas y secas. Al fondo se ve una colina y bajo ellas las cuevas del Champiñón. Hacía años que no pasaba por aquí pero hoy tampoco será el día, el camino está tan cerrado por la maleza que harían falta unas grandes tijeras de podar o una moto sierra para despejar el camino y poder acceder. 

Así que tras unos cuantos intentos por aquí y por allá desisto y me conformo con la foto de lejos de este paraíso de la exploración cuando éramos pequeños, esto estaba en los confines del mundo y aquí había que venir con alguien que supiera el camino, además de no decir nada a nuestros padres pues qué era aquello de ir tan lejos y a ver qué íbamos a hacer allí. Tras la foto subo al camino y giro a la derecha para ir hacia el bike pass, luego me acerco a ver el azud de la acequia de Tormos o Daroqui, no es visible desde este lado del río, o no al menos a donde me he ido a parar pues las cañas se interponen ocultando la visión. 

Sigo camino adelante y llego a la RAM con una vista un tanto distinta desde debajo de la pasarela. Me llama la atención la poca agua que baja por el río, no es el primer día que pasa últimamente. Una nueva foto de la acequia de Moncada, que por cierto no pertenece al sistema de regadío de la vega de Valencia y que por tanto no se somete al régimen de justicia que imparte el Tribunal de las Aguas. Ya solo me queda remontar el río, llegar a Masía de Traver y rendirle tributo al monumental plátano que allí hay declarado como árbol monumental. 

Es un ejemplar magnífico y maravilloso. Subo la rampa y observo más detenidamente la masía que desde siempre la he conocido como un restaurante aunque eso no le quita espectacularidad a sus formas en lo alto de la loma que domina el paso del río. Sigo camino adelante hacia Riba Roja para, en lugar de cruzar el puente viejo, continuar paralelo al río y subir junto al convento y castillo y tomara las callejuelas interiores que me llevarán a casa algo más rápido que rodeando el río y subiendo por donde he bajado esta mañana. La ruta ha dado sus casi 50Km. con un poco de todo. Asfalto, caminos, sendas, bosques, el río, y un montón de historia y de recuerdos que rememorando con la cerveza en la mano me ponen una pequeña sonrisa en la cara, de esas que dicen que la ruta ha merecido la pena. 


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Riba Roja-Almàssera-Convento-Bétera


La ruta de hoy me llevaría por otra zona de L’Horta Nord de Valencia. Aún me quedan, a pesar de lo mucho que he visto hoy, un buen número de visitas por la zona que dejo para una siguiente ruta, de ella nos encargaremos en su momento. Hoy visitaba algunas de las últimas alquerías absorbidas por el imparable crecimiento de la capital. Alquerías que han quedado abandonadas, cercenadas de su huerta a escasos metros detrás de una línea infranqueable de asfalto y vías de tranvía cuando no completamente absorbidas por edificios megalíticos que las oprimen y despojan de su sabor rural. Vamos a ver la ruta.
Salía temprano bajando hasta el río en un día frío que amanecía con sus buenos 4 grados. Toda la ropa del mundo no parece suficiente para enfrentarse a la humedad que acompaña a esa temperatura junto al Turia. Se nota la hora y la temperatura, casi no encuentro a nadie hasta llegar a Manises por lo que puedo rodar tranquilo y a buen ritmo. Eso sirve para ir entrando en calor y empezar a tener otra vez dedos. La autopista del río es una gozada para trasladarte del punto A al punto B si tienes prisa o quieres hacer un camino suave sin desniveles, o simplemente te gusta hacer un paseo por un lugar maravilloso como es el río Turia, que bien entrado en otoño nos regala postales de grandiosa belleza. 

Polvo del camino aparte, si no encuentras mucha gente es llevadero y solo te lo comes en las piernas y en el cuadro de la bici, pero para estas rutas eso no me importa, aunque ya sé porqué en la capital y en los pueblos me miraban como diciéndome “… y lávate que vas hecho un desastre”. En el parque de cabecera me desvío hacia la izquierda dejando el molí del Sol, reconvertido en cuartel de la policía local, a la derecha y llego al camino de Campanar, a la derecha y otra vez a la derecha para acompañar la carretera hasta la rotonda. Cruzo la calle por el paso de peatones y luego lo mismo en Gral. Avilés para tomar la calle recta que se adentra hacia la partida del Pouet, justo a espaldas del centro comercial. 

Allí sobrevive, junto a un pequeño grupo de casas la pequeña ermita del Santísimo Cristo del Pouet. De aquel “salvem el Pouet” esto es lo único que ha dejado la especulación inmobiliaria. Salvem Porxinos o salvem el Cabanyal veremos la suerte que corren.  

Vuelvo hacia Gral. Avilés pasando frente a la Alquería Taula Llarga, una preciosa casa muy cuidada y que ha cambiado la huerta por un buen asfaltado en medio de un jardín urbano, imagino que desviada su actividad hacia el ocio o la cultura. Cruzo por el semáforo en que tantas y tantas veces hemos parado cuando esta zona estaba en construcción hace ya unos años en nuestra ruta a la playa, cuando el camino del parque fluvial no era ni un proyecto y veníamos por el camino de Benimámet y Paterna. Me adentro por detrás del cementerio de Campanar y veo otra alquería también muy bien conservada en medio de un gran jardín con parque infantil, desde el carril bici no llego a distinguir ni nombre ni el cometido que desempeña ahora. Giro a la derecha para llegar a Maestro Rodrigo y cruzar por un paso de peatones, luego a la izquierda hacia la rotonda y gasolinera, y de allí a la derecha por el carril bici hasta la rotonda de la Dama Ibérica y el nuevo estadio de Mestalla. Antes una nota curiosa: que los bikers somos magos para no dejarnos atropellar está más que claro, pero tanto como para esto…  

solo le falta el letrero con el andén 9 y ¾ y ¡pumba! camino a Hogwarts, porque debe ser allí donde se estudie ingeniería del absurdo para lograr esta gilipollez… a menos que… no me hagáis pensar mal que no creo que haya enchufismo de por medio para poner a alguien en un trabajo que no se merece ni sabe hacer, ¡que no, que no me lo creo! Bueno, después de atravesar la pared el carril bici reaparece y sigue hasta la rotonda. 

La gran azul Dama Ibérica observa el tráfico y el trágico aspecto del nuevo estadio en pausa. 

Sigo por la calle Safor para llegar a la que creo que es la única calle de Valencia en cuesta. La ciudad más plana del mundo ya tiene una subida. Sigo adelante hasta una señal de dirección prohibida, como la acera es estrecha decido hacer caso de la señal y girar a la derecha, solo tendría que ir 4 calles más adelante en línea recta pero el laberíntico trazado del barrio de Benicalap y la calle Florista con sus vías del tranvía insisten en el cambio de dirección. Ya de paso me acercaré hasta otro elemento arquitectónico declarado bien de relevancia local y dejado casi en el olvido y dejado al envite de los elementos. 

La fachada de La Ceramo.  La visión de su exótico estilo mudéjar nos transporta a lugares de ensueño y su cerámica, presente en lugares tan emblemáticos como la estación del Norte, el mercado Central o el de Colón, nos transporta, a través de la alfarería valenciana, a los confines del mundo. Sigo callejeando por lo que parece un bucle que me impide avanzar con todas las calles en dirección prohibida, así que haré patria en aquello de que la circulación en contra dirección es la más beneficiosa para los ciclistas y por fin llego a la plaza de la iglesia. La parroquia de Benicalap es un edificio digno de ver. 

Sus magníficas dimensiones, su alto campanario y su cúpula verde y blanca, empequeñecen las fincas a su alrededor. Sigo adelante hasta la Av. del Levante U.D. que igual le hubiera sido mejor ponerle este nombre a la avenida que llega hasta el estadio del Levante y no a esta a casi 2Km. del campo, pero bueno. Esta avenida con su carril bici llega hasta la ronda norte, que a día de hoy parece marcar la línea externa de la capital en un vano intento de que esta no se coma la huerta.  Aún metida en  ella la Alquería del Pi, reconvertida en salón de banquetes se alía con los nuevos tiempos para sobrevivir. 

Tras pasar el camino de Moncada aparecen a la derecha los restos de la Alquería de Falcó, otro edificio declarado bien de relevancia local, uno más de entre los más de 230 que hay en la capital valenciana, en avanzado estado de deterioro.  Retorno al carril bici tras rodear la alquería y llega a otra mucho más pequeña y casi adosada a una finca. Ya desde el carril bici puedo ver al otro lado de la carretera el monumental edificio de la Biblioteca Valenciana, Sant Miquèl dels Reis. 

Según reza la presentación de la propia biblioteca este conjunto arquitectónico es la compleja unión de una alquería islámica, un monasterio cister, Sant Bernat de Rasscanya; un monasterio jerónimo, Sant Miquèl dels Reis y un complejo penitenciario. La construcción y demolición de elementos anteriores a lo largo del tiempo fue modificando, transformando y ampliando las instalaciones.  

Primero sigo adelante hasta la alquería de San Lorenzo, de Albors, o de Sant Miquèl, conocida con cualquiera de estas denominaciones y cumpliendo ahora una labor para el ayuntamiento de Valencia. Tras un breve vistazo cruzo la ronda norte para llegar a San Miguel de los Reyes. Un edificio impresionante. 

La fachada central, con sus columnas elevadas hacia el cielo y sus estatuas, llenan un espacio sustancialmente vacio.  A cada lado las enormes paredes del edificio como alas que protegen  o encierran los claustros. 

Afuera el alto muro que delimita el recinto con su entrada amurallada y sus torres de castillo medieval. Las fotos caen sin saber muy bien que buscar, que enfocar, sin saber diferenciar lo importante de lo más importante, y el hecho es que lo importante es todo. Pero la posición del sol no acompaña tanto como para sacar unas fotos de concurso, aunque al menos serán testigos de mi paso por este fascinante rincón de la arquitectura valenciana que sin embargo te transporta al corazón de la sierra madrileña, pues no puedes dejar de atisbar un ligero parecido con el monasterio de El Escorial. Tras las fotos que captan el momento de belleza del instante sigo por la antigua ctra. de Barcelona hacia el vecino pueblo de Tabernes Blanques. Hago rápido este tramo de carretera deseoso de huir cuanto antes del intenso y rápido trafico que se mueve a velocidad vertiginosa en pleno casco urbano. Luego nos critican  a los ciclistas por ir por las aceras... 

Llego al antiguo mercado municipal, un coqueto y pequeño edificio que parece de madera al más puro estilo del cuento de los tres cerditos. Aquí giro a la izquierda hacia el molino Canyars. Pero estuve allí hace un par de semanas en la infortunada ruta en que acabo mi cámara en la acequia de Moncada y  por la cual tendré que repetir esa ruta. Al final decido no entrar nuevamente al molino por la historia que me conto su propietario con las ratas en las palmeras, en su lugar giro a la derecha a su altura y tomo el camino junto al canal, ya me pensare lo del molino en la siguiente visita. Es una vuelta un poco tonta pero quería salir de la carretera a la que llego ahora otra vez. A mi derecha la parte trasera de la ermita de los Desamparados, una ermita estrecha y esbelta, muy sobria y a la vez con detalles en los que vale la pena detenerse a admirar. Cruzo la carretera para obtener una mejor visión del modesto templo. 

A la izquierda cruzo el puente sobre el Carraixet y ya al otro lado llego a la cruz cubierta de Almàssera, entre la fábrica de Dacsa y el solar del antiguo acuartelamiento que por fin han derruido. 

Me adentro en el pueblo hacia la plaza del ayuntamiento donde hay una casa con una preciosa fachada de mosaico y rejas de forja en las ventanas y un gran portalón de madera, toda una preciosidad lejos del prefabricado e impersonal perfil de aluminio y ladrillo o directamente lucido y pintado cundo no una huida hacia adelante en un abstracto modernismo que no enciende pasiones pero inflama la conciencia del buen gusto.  De ahí hacia la iglesia que queda en la siguiente calle y vuelta atrás hasta el margen izquierdo del barranco del Carraixet. 

Lo remontaré hasta la Mirambell, allí me adentro brevemente en el pueblo para ver la ermita que me dejé en la ruta: Riba Roja Horta Nord: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/10/riba-roja-horta-nord.html  mucho más austera que la anterior esta ermita de San Juan Bautista, pero sin embargo sigue trasmitiendo ese particular mensaje de sosiego que caracteriza estos lugares. Regreso al barranco y al polvoriento camino hasta Vinalesa. 

Allí me adentro en el pueblo después de haber tomado una instantánea del molino de Alfara con el seminario de Moncada y la sierra Calderona como telón de fondo. Me adentro en Vinalesa para llegar a la acequia de Moncada. Primero al partidor de la Filá y luego siguiendo el curso del agua hasta la antigua fábrica de Seda, hoy reconvertida en centro cívico que acoge todos los servicios básicos del municipio convirtiéndose en el auténtico centro neurológico del pueblo

La fachada norte junto a la acequia es la que más elementos arquitectónicos ofrece, y el paso del agua junto al puente bien merece un momento de  contemplación. 

Luego sigo hacia la ermita de Santa Bárbara. Levantada en una plaza frente al emplazamiento original del pozo. Un reloj solar es el elemento más llamativo a parte del panel de azulejos con la imagen de la santa. Atravieso la plaza y retrocedo hasta la fábrica a la que rodearé para salir hacia el este y volver a buscar la acequia de Moncada junto a un parque que será el punto elegido para el almuerzo y un ratito de descanso. Desde aquí tengo enfrente la ermita del Santísimo Cristo de la Sangre. También tengo una vista con varias de las chimeneas que se conservan en la zona recortando silueta sobre las montañas. Me pongo en marcha hacia la ermita. 

Un campo sembrado de coles y detrás otro con las naranjas a punto de ser recolectadas, dan paso al roto perfil del pueblo de Foios con su campanario a un lado y el viejo depósito de agua al otro. Estos antiguos depósitos son ya un bien arquitectónico de los pueblos que aún los conservan, como los son las chimeneas de ladrillo que se elevan hacia ese cielo que no hace tantos años llenaban con su humo negro. 

Llego a la ermita que se sitúa en una parcela cerrada aunque puede observarse el pequeño edificio sin mayores problemas bajo la pinada en la que se cobija. Me adentro en el pueblo hasta el edificio de la Casa de Cultura; este rústico edificio son las Antiguas Escuelas Municipales inauguradas en 1917. El estilo arquitectónico del edificio se enmarca dentro del modernismo valenciano y es una especie de “trencadis” pero con piedra en lugar de azulejo aunque también destaca una cenefa con este material. Al otro lado un precioso y fresco parque. Callejeo un poco por el pueblo y un gran edificio a mi derecha llama mi atención, ya que estoy aquí voy a ver qué es. La vía del metro corta mi paso y retrocedo hasta la estación y el paso al otro lado. Es la antigua fábrica de Yute que en la primera mitad del siglo XX fue una gran empresa para la fabricación de sacos y fibra textil. Rodeo toda la extensión intentando ver restos de esta vieja fábrica pero en su lugar solo encuentro un moderno y feo polígono industrial, luego me adentro otra vez en el pueblo hasta la iglesia que veía desde los campos. 

Un impresionante frontón con un no menos grandioso campanario es la iglesia de la Asunción. Salgo del pueblo como si volviera a la ermita y a medio camino giro a la derecha junto a unas fábricas. Otra vez en la huerta. Otra vez entre naranjos, coles, alcachofas, cebollas… otra vez al origen. Sigo adelante por un camino serpenteante que poco después muere en la acequia que hoy me acompaña. 

A la derecha veo el molino de Albalat. Por unos pocos metros tendré que andar por encima del muro de la acequia hasta llegar al camino. Allí giro a la izquierda pero el camino muere en una valla, marcha atrás y me adentro en Albalat dels Sorrels. No tenía programada esta visita y me sorprende encontrar el castillo. Una vez visto es el faro que guía mis pedaladas. Paso bajo las vías del metro y me adentro en el pueblo. Al fondo la iglesia, pero un entierro me aconseja no acercarme hasta allí, no parece el mejor momento, así que concentro toda mi curiosidad en el castillo. Pronto salta a mi memoria el castillo de Alaquás, quizá un poco más grande pero del mismo estilo de edificio señorial fortificado y que hoy día albergan las sedes de los ayuntamientos. 

Menuda joya he encontrado hoy sin proponérmelo. Llego hasta la vía y sigo dirección norte junto a ella mientras pueda, luego buscaré la forma de cruzarla, pero antes llego a Emperador para visitar la ermita de la Mare de Deu del Roser. 

El pequeño edificio se haya estrangulado por edificios de viviendas, y entre los coches aparcados delante y los árboles apenas se distingue del entorno si no fuera por la espadaña que aloja las campanas y que lo identifica como edificio singular entre tanta monotonía. Ahora si cruzo las vías y me dirijo hacia Museros, hacia la ermita de Sant Roc. 

También en parcela cerrada me conformaré con verla desde fuera, tras su reja verde, verde como los cipreses, los olivos o las palmeras que reposan en su silencio a pesar de estar junto a un colegio. En la placita hay otra casa que llama mi atención por un panel de azulejos que representa una Valencia tan lejana y tan cercana al mismo tiempo que parece no tener sentido. El tiempo detenido en un instante de orgullosas tradiciones.


Sigo adelante. Callejeo hasta la rotonda que sale de Museros hacia la siguiente rotonda entre Massamagrell y el barrio de la Magdalena, este tramo lo hago por un carril bici junto a la carretera pero exento de ella. En la segunda rotonda el tráfico propio cerca de un colegio. Giro a la izquierda hacia el convento. Antes paso junto a un instituto y una jefatura de policía local instalada en lo que parece fue una antigua alquería. Al final de esta calle está el convento de Santa María Magdalena. 

Había visto fotos de este convento y tenía intención de venir a verlo, en realidad el resto de la ruta se planificó para rellenar el hueco hasta aquí. La fachada principal alta y lisa, solo rota por el rosetón y los murales de azulejo a modo de vía crucis, queda algo insulsa y me imagino dentro del recinto los claustros y pórticos que me quedaré con las ganas de ver, en cambio la parte oeste con sus tejados, sus muros y contrafuertes, sus capillas sobresaliendo en forma semicilíndrica y con tejados acampanados ya dan otra imagen del edificio que me deja otro sabor. Unas fotos y enfilo hacia la última visita programada para hoy. Continúo junto a esta fachada toda la calle recta, al final a la derecha hasta la carretera, giro a la derecha y tercera a la izquierda hasta encontrar la ermita de la Virgen del Rosario. Vestida como una casa más del barrio solo destaca su campana y las indicaciones de mi amigo Vicente http://www.ermitascomunidadvalenciana.com/novedades.htm para poder localizarla. A partir de aquí solo toca volver a casa. Busco el carril bici pegado a la CV-32 que atraviesa el P.I. aunque también podría haber ido directamente hacia el oeste pero quería evitar esta carretera que lleva hacia la A-7 que tendré que cruzar una vez superado el polígono. 

Antes y desde la pasarela que cruza la autopista tengo vistas de los campos de Rafelbuñol en el que algunas masías se desmoronan ante la atenta mirada de los naranjos que miran, cada vez desde más cerca, como se acercan los polígonos industriales o las carreteras que cada vez los cercan más y más. 

En cambio al otro lado y justo junto a la autopista se alza otra masía en perfecto estado de conservación y explotación, dedicada hoy a la hostelería. 

Se ha habilitado aquí una pasarela-carril bici para cruzar la autopista, supongo que saldría “más barato” que hacer el puente un metro más ancho para habilitar allí el carril bici. Este sigue ya junto a la carretera de Náquera y no lo abandonaré hasta llegar a la rotonda con el camino de Llíria. Allí giro a la izquierda y acabo de atravesar este polígono industrial que parece que ha crecido de la nada, o mejor dicho de las raíces de los naranjos que cubrían este territorio y que están en claro retroceso. Este camino asfaltado y con poco tráfico aunque mucho más del que desearía, me llevará, pasando junto a un centro hípico donde un caballo nervioso se asusta más de la bicicleta que de los coches, igual que muchos peatones, si hiciéramos más ruido, fuéramos más grandes, más rápido, más peligrosos, tuviéramos siempre preferencia y cuando no tuviéramos las de ganar y contamináramos más… seríamos coches y se acostumbrarían más pronto a nosotros. Luego una ligera depresión al vadear el barranco de Porta Coeli antes de llegar al cruce de la carretera Bétera-Náquera. Allí a la izquierda sobre el puente del Carraixet que tras cruzarlo abandono a la derecha bordeando el pueblo en busca del parque y de este a la carretera de La Conarda, El Perigall y el paso inferior de la CV-35 junto a la masía de San Antonio. 

Bétera brinda una última postal a esta estupenda ruta. Ya al otro lado de la autovía me dejo llevar por la telaraña de calles en las urbanizaciones de L’Eliana hasta el paso inferior del metro en la estación de Montesol. Atravesado el barranco de Mandor subo hasta las urbanizaciones ya en el término municipal de Riba Roja, y casi en línea recta hasta el río en masía de Traver. Bajo el intenso sol de mediodía la humedad ya no se deja notar tanto y estoy deseando llegar a casa para que la cerveza haga su hidratante trabajo.