miércoles, 12 de enero de 2011

Náquera-Mola Segart


Quisiera iniciar el año "plantando" una pequeña contribución, al menos como altavoz del evento. En este 2011 estamos en el año internacional de los bosques. Aquí podeis encontrar la resolución de La ONU http://dhpedia.wikispaces.com/2011,+A%C3%B1o+Internacional+de+los+Bosques  Para mi gusto en este sentido el texto es templadito y no trasmite mucha fuerza y/o convicción. Igual es porque todas las resoluciones de La ONU son de este estilo, y así nos va. También reseñar que esto es de finales de 2006: cuatro años de retraso para proteger algo tan frágil y necesario; cuatro años, y sobre todo este que acaba de comenzar en los que apenas si hemos sabido nada sobre este tema, bonita manera de promocionar y hacer hincapié sobre esta resolución. Pero bueno hagamos desde aquí un poquito de fuerza.


Comienzo bien el año. Primera ruta primera caída. Eso sí, sin consecuencias, así que vuelvo a repetir que empiezo bien el año. El sábado ya avisaba a mis compañeros que estuve a punto de caerme, pero que al final conseguí enderezar la bici en un milagro más que otra cosa… y ya me apuntaban ellos que siempre me caigo cuando voy solo. Pues para comprobar y/o corroborar que tienen razón hoy he hecho la prueba. Pero luego os lo cuento.
La ruta de hoy es otra de esas rutas de reconocimiento que me ha llevado por parte de caminos ya conocidos de La Calderona. Empezaba la ruta en Náquera, en busca del Camí del Salt allá en la rotonda que va hacia Serra. Ya de entrada me dejaba bien claro el camino la tónica de la jornada. Rampa y polvo rojo de rodeno que pronto se convertiría en piedras de punta sembradas en la pista.
Este camino va sobrevolando el barranc del Arquet y me deja ver, allá abajo, los últimos metros que recorreré de esta ruta antes de converger nuevamente en este camino y terminar la jornada, pero eso será de aquí un buen rato. Veo al otro lado del valle el castillo de Serra encaramado en su atalaya, tras él las antenas del Alt de Pí y por debajo el camino que cogimos en la ruta de Sant Espírit: http://rodaipedal.blogspot.com/2008/12/crnica-pla-de-lluc-monasterio-de-sant.html
La vegetación se va recuperando lentamente; con su desesperantemente lento ritmo vital, como si nuestra prisa por recuperar los árboles y matorrales le diera igual… igual que nos dio a nosotros, a los humanos, quemarla sin la más minima contemplación, sin hacer lo suficiente para preservar algo más vital para nosotros que para ella.
Los plantones, aún protegidos con sus fundas blancas de plástico apenas despuntas sobre ellos. Sigo hacia el este para reencontrarme con aquel viejo camino y continuarlo hacia el Pi del Salt.
Este impresionante ejemplar de pino es una catedral de madera viviente. Colosal en su forma y tamaño. Me deja tan impresionado como la otra vez. Hoy pululan por allí un destacamento de la UME haciendo prácticas de rescate en montaña. Ante la falta de tranquilidad me pongo rápidamente en marcha para llegar a la zona arbolada con panel interpretativo que hay unos metros más allá.
Este tramo de camino presenta zonas adoquinadas, imagino que para el transporte de las rocas de rodeno que se extraían de las canteras cercanas. En la arboleda cojo el camino de la izquierda, unos metros más adelante otra vez izquierda y en el siguiente cruce, a escasos metros, a la derecha. Me asomo al barranc del Meliquet. El mar se hace visible bajo la dorada luz que se refleja en su superficie. La Mola se eleva colosal sobre el barranco y acrecienta su altura.
Me lanzo en este rápido descenso que recuerdo de la otra vez. Este tramo de camino está en buenas condiciones por lo que no hay ningún problema de derrapes ni escalones ni nada. Solo la precaución lógica de toda bajada. Llego abajo a un cruce de caminos casi sobre el fondo del barranco. Giro a la izquierda, enseguida el camino presenta una cadena que corta el paso, pero a la izquierda sale otro camino, cruzo el barranco que no presenta caudal que me lo impida. Eso si, el “camino” está roto de solemnidad.
Comienzo a subir por un pedregal, miro hacia arriba y veo La Mola infranqueable desde aquí. Mientras pienso en que esto va a ser una tortura por el infernal estado del firme, me parece ver la sonrisa que cruza la pétrea cara de la montaña burlándose de mí. Un nuevo vistazo a la pantalla me dice que estoy fuera de track. Como aquí no hay más camino imagino que es el camino cortado que se adentra en un campo de naranjos. Vuelvo atrás y bajo por el pedregal con precaución, despacio, demasiado lento como para superar cualquier obstáculo, así que decido bajar e ir andando. Tarde. Frenando para poner pie a tierra la rueda delantera choca con una piedra y efectivamente no puedo superarla por falta de inercia. Salgo catapultado por encima de la bici arrastrándola en mi caída. Freno con las manos y me doy un barrigazo al más puro estilo “aprendiendo a tirarse de cabeza en la piscina” y “clonc” la bici me remata cayéndome encima. Es un segundo de conmoción, de autoanálisis, de chequear todas las partes del cuerpo antes de intentar moverme. Tras la rápida y satisfactoria evaluación llega el momento de pensar: “otra vez no, juer que suerte la mía” me quito la bici de la espalda y me levanto despacio, compruebo que ni el GPS ni la bici ni la cámara han sufrido daños. Maldiciendo en voz baja llego al tramo de camino bueno mientras me recompongo. No tengo ganas de atacar la rampa cerrada con la cadena puesto que además hay gente por allí dentro. Así que estudio el mapa de la zona y doy con otro camino que me llevará a empalmar con ese, o mejor dicho al lugar donde ese empalma con el que voy a seguir ahora. Llego al cruce y lo tomo a la izquierda acabando la bajada si no me hubiera desviado. Paso una zona de chalets y al final sale un camino a la izquierda. El siguiente otra vez izquierda y empieza la subida. Meto el plato pequeño y el piñón grande, iré jugando con el desarrollo cuando la pendiente lo permita ya que no me gusta demasiado hacer el molinillo, prefiero quemar algunas calorías extras derrochando potencia. Pero las roderas y el firme pedregoso, unido a las fuertes rampas en algunos tramos, no me dejarán muchas más opciones. Veo el campo de naranjos y el camino a donde tendría que haber venido a parar. Luego un giro de herradura del camino me pondrá justo debajo de La Mola. La mole se eleva vertiginosa hacia el cielo, pero la rampa no me permite parar a observarla con detenimiento. Sigo a ritmo, con una cadencia lenta pero regular, dosificando, controlando las pulsaciones y administrando la respiración y el desgaste muscular. Llego a un desvío que ignoro y sigo recto.
Este camino pasa por la parte oeste de La Mola, pero yo voy a iniciar el ataque por la parte este. Otra vez vistas al mar a mi derecha mientras me acerco al final de esta rampa. En el cruce a la izquierda. Ahora transito por la dorsal de la montaña y tengo vistas hacia los dos lados. Segart se acurruca en el fondo del barranco, a los pies del Garbí al norte, y de esta dorsal de La Mola que desciende hacia el mar. Inicio un descenso rapidísimo hacia el pueblo. Tramos cementados dan idea del desnivel. El problema es que los inicios y finales de estos tramos dejan a la vista las varillas de hierro que cubren el suelo y sobre los que se asienta el cemento. Si pillas una de estas varillas despídete de la rueda. Con precaución busco como entrar y salir de estos tramos. Los frenos protestando por el calentón pero sujetando el empuje de la bici. Llego a un desvío a la izquierda que me lleva hacia mi destino. El cambio bajada-subida es muy brusco, es como el vértice de una “V” gigante. Lo malo es que después aún queda todo el brazo de la “V” por subir. Otra vez a ritmo, igual que en la rampa de allí detrás, abusando del molinillo y oyendo a mis piernas protestar, nada, que no me gusta. Me acerco a un biker que descansaba en plena subida; se pone en marcha y le sigo la rueda manteniendo la distancia, no voy a acelerar para pasarle pero tampoco aflojo para descolgarme. Mantengo la distancia con la que se ha puesto en movimiento cuando llegaba a su altura. Me servirá de referencia mientras mantengamos la misma velocidad.
Llego arriba de la cresta, al cruce de caminos. A la izquierda baja hacia el camino que descarté en la parte sur de la montaña. Aquí mismo una senda se interna en la vegetación hacia lo alto de la montaña. Le pregunto al biker de delante y paramos un momento a cambiar impresiones. Que si la rampa que hemos subido, que si las bicis, que si me he caído, que si voy a hacer el descenso por el otro lado de La Mola. No, no se como estará el otro lado, pero si está como este es una autentica locura, y además, las sendas solo las toco en casos necesarios o bien sin desniveles en los que pueda degradar el firme. Nos despedimos y empiezo a subir. Cargo con la bici para superar los escalones que se presentan entre el rocaje. El estrecho paso hace que la bici se enganche continuamente en la vegetación, y la altura de los escalones hace que la rueda delantera tropiece con ellos.
Eso me obliga a levantar aún más la bici. El peso, los obstáculos, el esfuerzo, la incomodidad y la lentitud, y el ir resbalando por el camino, convierten esta subida en una tortura. Con tanto inconveniente acaba por pasarme factura la caída. No me he hecho daño, pero el estrés que genera la caída aflora tarde o temprano, es como el susto que me pegué el día que visite las bodegas de Veinticuatro. Así que en un momento de la subida me veo obligado a parar por un amago de pájara. Un ratito de descanso admirando las vistas me recomponen lo suficiente para continuar la ascensión. Sigo “escalando” hacia la cumbre. Más de lo mismo pero menos para terminar. Por fin se ve el final. Por fin veo el mojón donde se aloja la rosa de los vientos. Por fin estoy arriba. Menudos 480 metros de trayecto.
Apoyo la bici y me pongo como loco a hacer fotos, a contemplar el paisaje, a buscar montañas. El día está despejado pero las vistas hacia el sur no son nítidas por la calima que levanta la oblicua luz solar. Pero en otras direcciones es distinto. Vistas impresionantes del camino que me ha traído hasta aquí y de la zona del Pi del Salt. Pero sobre todo una paz descomunal.


Luego me acerco al vértice geodésico que está en la otra loma, la de levante. El Garbí y las montañas que bajan hacia el mar son el marco perfecto donde parar a almorzar. Me apoyo en el vértice, a la sombra, a reponer fuerzas. Veo lo que aún me queda por subir antes de iniciar el descenso hasta Náquera. Almuerzo rápido ya que se me ha hecho más tarde de lo que pensaba. Es lo que tiene salir tarde de casa.
Mil fotos después me pongo en marcha para bajar andando lo subido. La bajada es mucho más rápida que la subida, el esfuerzo es mínimo ya que puedes llevar la bici sobre la rueda trasera casi todo el camino, pero también hay que tener más precaución, una caída te dará un buen revolcón desde las alturas. Llego al cruce y tomo el camino de subida, a mi izquierda, como si continuara recto desde donde venía. Voy subiendo hacia el albergue. Las rampas de esta parte del camino tampoco tienen desperdicio, pero con paciencia todo se alcanza. Luego llego a la carretera entre Segart y el Garbí. Sigo ascendiendo y paso bajo aquella curiosa casa de extraña arquitectura. Llego a un mirador con preciosas vistas del Garbí y de las montañas que bajan hacia el mar.
Un panel interpretativo explica lo que estamos viendo y sus altitudes. Una pequeña bajada me pone ante la rampa final que me llevará hasta la carretera del Garbí. Por lo tarde que se me ha hecho no puedo llegar hasta allí como era mi intención. Así que giro a la izquierda y voy hacia Serra. Enseguida el primer camino a la izquierda bordea el Alt del Pí por el este. Me meto en este camino que me llevará a pasar por debajo del castillo de Serra hacia el inicio de la ruta.
Esta zona se ha mantenido bastante a salvo de los incendios y presenta una gran cantidad de pinos en las laderas de las montañas. Aquellas zonas que sucumbieron al fuego presentan una amplia representación de la vegetación de monte bajo que supone la primera piedra de la reforestación. En ciertos lugares el aroma dulzón de las aliagas lo invade todo. Moteando las laderas de un colorido amarillo alegra la vista tanto como el olfato con su avainillado aroma.
Pero lo más llamativo es un solitario almendro completamente florido. Precioso. Sigo bajando rápido hacia el final de la ruta. En todo este tramo las vistas sobre el castillo dominan el paisaje y las instantáneas van cayendo sin descanso.
Pasado el castillo sale un camino a la izquierda en pronunciado giro. Sigo por él hasta llegar a unos chalets. Vuelvo a girar a la izquierda antes de la primera casa. Luego a la derecha para bajar hasta el barranco entre unas casas bajo la arboleda. El pronunciado descenso hasta el barranco me obliga a bajar de la bici, hoy no quiero más sustos. Luego remonto por el otro lado por una amplia senda que acaba ampliándose y llega hasta una zona de aparcamiento junto al barranc del Arquet. Veo arriba de mí el camino que tomé al inicio de la ruta por lo alto de la ladera. De aquí al pueblo el mismo camino del principio. Ya junto al coche decido subir hasta la ermita de Sant Françesc. La subida asfaltada por la calle donde tengo el coche no tiene desperdicio.
Ya arriba la coqueta ermita se asienta sobre un terraplén con soberbias vistas. Lo cuidado del lugar y el fuerte impacto visual que proyecta, merecen una visita a este singular paraje. Desciendo la calle a gran velocidad para parar junto al grandote que me espera una vez más para poner punto final a la ruta de hoy.







Track de la ruta: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=1404347

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