miércoles, 23 de junio de 2010

Serra de Chiva. Cheste-PicoHierbas

Por fin. Hoy he podido culminar esta ruta que, con el paso del tiempo, se estaba atravesando. El único pero, la calima que tapaba todo el paisaje. Pero es lo que hay. Así que os lo voy a contar.
En los años 90 los incendios forestales se cebaron en la zona calcinando más de 10000 ha. Desde entonces la vegetación de monte bajo se abre paso poco a poco entre las piedras. La “desnudez” de las montañas nos muestra todo su relieve, toda su piel. Todos y cada uno de los pliegues que conforman su fisonomía y que los árboles no pueden ocultar. Estéticamente prefiero las montañas peladas, aquellas que nos muestran tal como son, pero indudablemente, por lo que representan, prefiero las montañas boscosas por la variedad de vida que ofrecen y por la salud medioambiental del entorno. Para mí no están reñidas las unas con las otras, si hay árboles y bosques los disfrutaré y admiraré, los oleré y contemplaré con placer y reverencia, pero no diré que no a un paseo por el monte aunque este monte solo cuente con vegetación rala y arbustos que apenas dan sombra al suelo, permitiendo así poder contemplar las curvas y pliegues en el manto de la tierra, de esas montañas que tanto me/nos gustan. Y eso es lo que ha sido hoy, un paseo por un paisaje casi sin árboles, ni en mi peor pesadilla intentaré traer al grupo a esta ruta.
Esta ruta es casi un homenaje…o una deuda, pendiente con estas montañas, tan cercanas y a la vez tan olvidadas por nosotros. Montañas que en mi niñez veía cada semana cuando iba al chalet a pasar el finde. Montañas que, como las de La Calderona, parecían estar en el fin del mundo visto desde los ojos de un niño. Montañas que parecían llamar e invitar a vivir aventuras extraordinarias como en las películas de Tarzán que nos calzábamos cada sábado por la tarde. Montañas que tan solo en una ruta hemos recorrido y de la que no guarda precisamente buen recuerdo el grupo. Esta vez, en solitario y con la guía de “treki”, las recorreré para intentar alcanzar la cima de este macizo y poder cerrar el anfiteatro montañoso que contempla la cuenca del Turia.
El caso es que ya hacía tiempo que venía mirando la sierra de Chiva de otra manera. Era como si me llamara. El pico de las Hierbas con su peculiar forma y su observatorio me atraían como un faro. Vamos, que les tenía ganas. Así que preparé un exhaustivo estudio de la zona y me estaba preparando para abordar la ruta cuando el trabajo por fin llamó a mi puerta. Varios aplazamientos y la promesa de que el primer sueldo iba destinado a un GPS se vieron recompensados con un nuevo miembro en la familia pedalística de R&P. La dificultad de hacer rutas todo el grupo, por cuestiones profesionales, hacían que tuviera la necesidad de emprender aquellas aventuras que semana tras semana se acumulaban en la creciente carpeta de “rutas pendientes”. Y en eso estoy para contaros hoy la primera de esas rutas. La incompatibilidad de horarios con el resto del grupo me obliga, por mi forma de entender las aventuras, a estas salidas en solitario, sobre todo en esas rutas que sé de antemano que no son especialmente de su agrado y que yo no quiero por eso dejar de sufri-disfrutarlas.
Inicio esta ruta desde el polideportivo de Cheste. Por camino conocido hacia Chiva, enseguida voy hacia el barranco Grande que más tarde será el barranco del Poyo. Pedaleo pegado él, giro hacia fuente Incolla y unos Km. más allá empiezo a rodar junto a las montañas, por el lateral sur, internándome poco a poco en la cara oculta de estos montes. Es este momento me interno, por el camino del Enebro, en una garganta entre las montañas.

Más adelante tendré la única abertura a la izquierda en la forma del barranco de la Parra. Subida tendida pero constante con algún que otro bache y piedra suelta, pero en general el camino está en muy buenas condiciones. Paso junto a una zona de chalets en los que alguien practica, con una “dolçaina”, el himno de Valencia. Esta cantinela ocupará mi mente en este duro tramo. Con el último chalet a la izquierda pasaré el camino de senda mala o algo así, estaba demasiado cansado para retener el nombre. El cansancio ha sido una constante desde la primera pedalada. Uno de esos días que no te encuentras del todo bien, dolor en las piernas como si fueran de madera. Pero ya se pasará pensaba iluso de mí. Cruzaré un par de veces el cauce del barranco dejando una estela de agua tras mis ruedas. En la subida también dejaré atrás la Fuente del Enebro, bueno, no la dejaré atrás porque será este el primer punto de avituallamiento. Sigo el camino indicado por un centenar de metros atravesando una espesa arboleda que refresca el ambiente. La fuente, junto al barranco es un rincón bonito, lastima que esté tan lejos de Manises porque aquí si que hay árboles y sería un buen lugar para venir, pero claro, esto ya está a 625 metros de altitud. Sigo subiendo con las montañas atentas y observando mi lento avance. Aquí abajo me siento como un peón rodeado de inmensas y poderosas torres de piedra, o de reinas tocadas con coronas que aún las hacen más grandiosas.

No importa, este peón tiene la intención de coronar y convertirse en el rey de la cumbre. El camino dibuja la ladera de la montaña y se asoma peligrosamente al barranco que alegre y cantarín baja sus limpias aguas bajo una amalgama de plantas que se nutren de ella.
Recorrer el barranco grande es como entrar en el túnel del tiempo; las viejas montañas se erosionan y desvanecen ante el asedio inexorable del tiempo implacable. Cada día minúsculas micropartículas de inmaculada piedra saluda al nuevo día, hoy lo hacen también conmigo ingenuas a si es o no algo habitual mi paso por estos lares. Eso es tener el alma al desnudo. Cada día nos cuentan una historia nueva, diferente e invariablemente igual a la de ayer o anteayer, remontándose así hasta los confines del tiempo humano. Ellas ya estaban aquí mucho antes que nosotros. Adueñándose del paisaje, mejor dicho perfilando este para nosotros. Creando los abrigos y cuevas, los torreones, los cañones y laderas, los manantiales y barrancos. Intento absorber tantos instantes en uno que me supera, y al final, solo puedo dejarme llevar y disfrutar el momento de placer sublime de recorrer estas montañas.

Sigo subiendo por el camino de la Marjana, llegaré a Fuente Alhóndiga. Precioso paraje que merece la pena disfrutar unos momentos sentado en los bancos bajo la sombra de los enormes árboles que allí crecen.
Estas fuentes están activas, parece ser, todo el año, por lo que nos pueden sacar de un apuro sobre todo los calurosos días veraniegos donde el Sol carece de clemencia para con los bikers. Al poco una curva en herradura me pone alerta sobre el siguiente cruce de caminos. ¡Ah no! Ya no tengo que preocuparme por memorizar los mapas, “treki” marca fidedignamente el camino a seguir. El caso es que con esto de la tecnología poco a poco dejaré de estudiar los mapas con tanto detalle, lo mismo pasa con los móviles, ya no nos sabemos de memoria los números de teléfono.
Bueno, sigo pedaleando encontrando pequeños respiros a la subida, que en los últimos metros ha puesto alguna rampa fuera de lugar. Miro adelante, unas cuantas curvas hacia arriba esperando encontrar la silueta de Carlos abriéndonos el camino a todos los demás. Pero no, hoy no aparece por allí delante. Llego a una especie de mirador que pone bajo mis pies toda la longitud del barranco.
Poco después llego al refugio de Oratillos. Una explanada en medio del valle que forman estos colosos de piedra. Las figuras megalíticas de piedra blanquecina crean figuras inverosímiles. Ya estoy casi arriba. Enseguida encontraré un cruce de caminos. Estoy en una zona abierta que me deja ver hacia el Este la Sierra de En medio y el Tarrac, aquel V.G. que no subimos en su día en la ruta de Buseo.
A mi derecha la subida no ha terminado todavía, más bien parece que acaba de empezar. Es como mirar la Luna por detrás, nunca la vemos y, cuando tenemos ocasión, nos sorprende y hechiza con su magia y belleza. También, con ese halo de misterio y leyenda. Me siento igual. Veo estas montañas de forma totalmente distinta, ahora son montañas conocidas, cercanas, próximas, no solo en distancia que a fuerza de ignorarlas parece que hemos acrecentado sino en ocupar un lugar destacado en el recuerdo. Giro a la derecha en el cartel que indica fuente Viñas. El paisaje aquí arriba se adivina barrido por los vientos. La vegetación cambia y se traduce en un aumento de pequeñas carrascas y coscollas. Me recuerda aquel tramo arriba del Collado del Lobo en Olocau http://rodaipedal.blogspot.com/2009/04/cronica-olocau-molino-de-la-ceja.html el camino ondula suavemente hacia arriba, allá, al borde de las montañas intuyo una caída hacia el valle de Valencia. Pedaleo con algo más de intensidad por las ganas de ganar esa visión lo antes posible, aunque imagino que el plomizo día de calima no dará para muchas alegrías. La pequeña de las Carrasquillas a mi izquierda eleva su antena intentando igualar en altura a su hermana mayor que, a mi derecha deja ver el V.G. en su cumbre. Estudio con detalle en busca de un camino para subir pero no lo hay, esto me lo confirmará el forestal que encontraré en lo alto del Pico de las Hierbas. Veo un camino que intuyo es el que salía desde el mirador que he encontrado justo antes de llegar a Oratillos. Podría ser interesante bajarlo para no repetir este tramo de meseta. Esto lo decidiré cuando baje según lo cansado que esté. Si estuviera aquí Luis podríamos mirar el trazado del camino en el GPS, pero yo no voy a tocar nada, no sea que la líe y me quede sin el track a seguir. Un poco más allá me encuentro con el ansiado espectáculo de ver, o mejor dicho intuir todo un mundo a mis pies. Prácticamente no se adivina ni el Aliagar ahí en Pedralba, de las Rodanas casi no veo ni las formas, el resto es una difusa gasa blanca que cubre el paisaje. El forestal me comenta que el domingo, con viento de poniente se veía la estela de los barcos surcando la mar. Solo de imaginarlo ya estoy preparando otra subida. Bordeo el acantilado viendo bajo mis pedales los nada despreciable 500 metros de caída hasta el fondo. Sin embargo el camino no es peligroso si no te acercas excesivamente al borde. Algunas carrascas sirven de quitamiedos. Un giro del camino a la derecha me dejará la primera vista de la caseta forestal.
Bajo una pendiente y llego al cruce que se dirige, aunque han quitado los carteles, hacia fuente Viñas. Quiero llegar al final de este camino y quedarme junto al inicio del sendero que algunos bikers han bajado hasta incorporarse al camino de abajo. Por lo que vi en la ruta que hicimos por estas montañas y que llegamos justo hasta el inicio del sendero desde abajo, me parece una temeridad a juzgar por el estado del terreno. Inicio una fuerte bajada para encontrarme con una subida contundente en la otra ladera. Llegado arriba otra vez lo mismo… y el camino continúa subiendo y bajando a lo largo de las siguientes laderas. Con lo cansado que estoy y el remate de la última rampa que veo al fondo, decido abortar este tramo de camino y no llegar al inicio del sendero por más que me pese, pero no tengo el cuerpo para tantas alegrías y en la vuelta aún me quedan algunas subidas por hacer. Doy la vuelta y me encamino hacia el verdadero objetivo de la jornada. Este intento me costará una rampa más de subida. Por fin tengo aquella conocida vista del Monte Gordo y pico Hierbas, rematada con la caseta, que veo desde mi casa.
Por fin la tengo al alcance de los dedos. Solo falta subir. Me pongo a ello sabiendo que será el esfuerzo a pagar por un sueño. La subida no es excesivamente larga pero tiene un porcentaje interesante y el camino aunque con gravilla suelta no está en muy malas condiciones, así que vuelco el peso en el manillar y piso con fuerza los pedales. Parece que no se acaba nunca conforme empieza a girar el camino sobre si mismo. Llego arriba del todo y desaparece la pendiente bajo mis ruedas. La montaña se postra bajo mis pies cuando bajo de la bici y culmino otra cumbre con el inconfundible sello de Roda i Pedal. Deuda cumplida.
Por fin tengo la sensación de haber pagado la deuda contraída con estas montañas a lo largo de las interminables subidas a otras cumbres dejando de lado este coloso.
Espero mi recompensa en forma de majestuosos paisajes que admirar, pero la calima lo cubre todo. Tan solo las montañas hacia el Oeste se ven algo más despejadas. El pico Ropé, el 5 Pinos, el Negrete. Del valle de Valencia me puedo olvidar por completo.
Doy cuenta de la comida refugiado en la pared de la caseta forestal con el permiso del inquilino que, apiadándose de mí bajo este Sol de justicia me permite cobijarme a la sombra de la caseta.
La comida la disfruto en medio de un mar de tranquilidad solo rota por el incipiente viento que se está levantando y como no, por el trinar de las aves que se acercan a felicitarme por la imponente subida que me acabo de marcar. Bueno también suena de fondo el dialogo enlatado en la frecuencia de los forestales que patrullan las cumbres valencianas en prevención de incendios. Por desgracia poco hay que preservar, pero esperemos que lo que queda dure muchos años y que otras montañas peladas vayan formando los maravillosos bosques que algún día albergaron. Cuando sea así también las recorreré. Me despido de mi anfitrión e inicio el descenso. Tranquilidad en la bajada saturada de gravilla y piedras sueltas. Moderación en una bajada loca que emprende la bici y que tengo que sujetarla a golpe de freno. En los tramos más rectos me dejo llevar por la emoción de la velocidad y veo pasar por mi lado, a toda velocidad, las coscollas que me arañan las piernas en algunos tramos en los que tengo que decidir entre bache o rama. Llego como un tiro al desvío. Izquierda y un suspiro después estoy en Oratillos.
Que magnificas formaciones rocosas. Echándole un poco de imaginación, en Cuenca hicieron una ciudad, esto podría dar para una aldea.
Giro a la derecha y me encamino hacia la última subida importante de la ruta, después solo quedará algún repecho sin importancia. Abandono aquí el camino conocido por el que he subido y encaro otra subida. A ritmo. No he sido capaz en todo el día de encontrar ese puntito de alegría al pedaleo. Voy subiendo viendo por delante lo que me queda aún por subir, esto desmoraliza a cualquiera. Paso un depósito de incendios y continuo ascendiendo para encontrar la rampa más dura de este tramo. La hostilidad manifiesta del camino se traduce en innumerables baches y piedras sueltas, amén del portentoso desnivel que parece haberse colgado a la subida conforme me iba acercando a ella. El giro de la carretera me pondrá de frente a lo que he dejado atrás. Los picos se elevan majestuosos contra el cielo azul. Hace un momento estaba allá arriba. Dejo atrás el camino del Caballo Sánchez que me sale por la izquierda y que se asomará al precipicio casi sobre la vertical de la fuente Alhóndiga, sigo de frente y subiendo hasta encontrar el cartel del alto del Cuco. Allí a la izquierda en dirección a la Nevera y fuente del Fresno. Esta es la cabecera del barranco de la Parra que se une al barranco Grande allá por las casas donde sonaba la “dolçaina”. Paso una casa de labranza y el camino comienza a bajar, suave al principio pero cogiendo inclinación poco a poco. Esta parte de la ruta si tiene algunos árboles. Una excelente pinada cubre la parte derecha del camino y la ladera hacia el barranco de Ballesteros. Es en este punto de se encuentra la Nevera.
Un agujero cilíndrico en la tierra y forrado de piedra que servía en otros tiempos para acumular la nieve y poder hacer hielo. No son muchos los neveros que hay en esta zona cuando en teoría sería un lugar magnifico para tal fin. En la Serra Mariola ya pudimos comprobar que estas construcciones eran más habituales. Al otro lado del barranco Ballesteros los molinos eólicos de Buñol se alzan como fantasmas entre la bruma, inertes e inútiles ante la falta de viento.
Discurre ahora el camino entre los dos barrancos ofreciéndome magnificas vistas de uno y otro. El de la Parra encierra rincones como el Caballo Sánchez, donde la piedra se orada para seguir caprichosamente modelando figuras a su antojo, o bien cuevas y abrigos.
Salva estaría plasmando de forma gráfica lo mejor de estos inabarcables rincones para el recuerdo. Yo en cambio, no sé qué foto hacer ni cuando, no encuentro el instante justo.
Abordo algunos repechos que no hacen más que acercarme al punto de inicio de una bajada trepidante a tenor del desnivel que tengo que salvar. Pero la prudencia me dicta que este camino no está para dejarse llevar por la velocidad. El camino no está del todo mal, pero tiene mucha piedra suelta y eso no te deja trazar por donde quieres. Bajo a buen ritmo pero sin dejarme llevar del todo. ¡Frena burrica que te embalas! Paso por las inmediaciones de la fuente del Fresno pero no hay ningún cartel que indique donde se encuentra. A estas horas ya casi voy racionando el agua, no me queda mucho para llegar abajo y volver a pasar por fuente Incolla, pero prefiero tener una pequeña reserva de agua por si acaso. Lástima que en muchos de los carteles de las fuentes no ponga a que distancia están; a veces puedes gastar más agua para llegar a ellas de la que vas a poder rellenar. Paso junto a una casa verde que parece un refugio y que está en un enclave privilegiado por las vistas que tiene. Desde aquí todo para abajo a buen ritmo. Antes de darme cuenta estaré otra vez en el camino asfaltado que dejé atrás hace unas cuantas horas. Hasta el coche solo destacar el paso por la fuente para reponer un poco de agua y echar un último vistazo a la bajada imponente que acabo de disfrutar. Hasta el coche iré haciendo un repaso mental de lo vivido en esta excelente jornada de pedaleo por un lugar que considero, a pesar de la falta de sombras, un enclave privilegiado para practicar nuestro deporte, o simplemente para disfrutar de la naturaleza con cada pliegue de nuestra piel. Simplemente espectacular.
TRACK DE CHESTE-PICOHIERBAS