miércoles, 26 de junio de 2013

Yátova-Hortunas-Sierra Martés-Forata


Nueva ruta, de la inicialmente trilogía, por la sierra de Malacara que, al final, la he convertido en una hexalogía, de la que esta es la 4ª ruta. Junto con las tres anteriores: Requena-Hortunas-Montote, Río Juanes-Pico Nevera, Las Moratillas-Fresnal-Río Mijares, y las dos que queda por llegar: Rebollar-Montote-Pico Tejo, y El Oro-Aldeas-Embalse de Cortes. Creo que será una buena forma de conocer bastante bien esta increíble zona que aún atesora preciosos bosques mediterráneos de pinos, encinas y  fresnos en buen estado de conservación, al menos los que se libraron de los terribles incendios del verano de 2012, tenemos ahora la responsabilidad de esforzarnos en su conservación. En esta ruta, la última parte no tuvo la fortuna de cara y sufrió el azote del fuego. Ahora, un año más tarde, empieza a verdear la vegetación sobre el calcinado suelo y empieza a tocar de color el triste y negro suelo de la montaña. Pero vamos a la ruta.

Salgo de casa con el coche cargado con la bici hacia Yátova. Dejo el coche en la primera calle al entrar por la carretera CV-427 y me pongo a pedalear en una mañana soleada pero con un ligero, aunque fresquito, viento de levante. Me muevo por el carril de servicio de la CV- 429 convertida en Av. Diputación dentro del pueblo. Paso la rotonda de la carretera de Buñol, por la que he venido y sigo subiendo una rampita que de entrada no está mal. Llego a otra rotonda y enseguida al parque de san Vicente a mano derecha, una preciosa arboleda con un quiosco de música, un bar y algunos aparatos de gimnasia componen este bonito rincón de esparcimiento dentro del pueblo. Recorro en perímetro y continúo camino, para salir, en la segunda calle a la derecha en busca de la ermita de San Vicente. Serán unos 600 metros al 7% de desnivel casi constante, con poquitos descansos; no está mal para empezar la ruta. 

La ermita, recientemente restaurada, es una pequeña pieza construida en piedra y alojada junto a una arboleda y una vegetación que crece casi sin control y que pronto, si no se pone remedio, se comerá la entrada al paraje y rodeará la ermita. Tras la breve visita disfruto del rápido descenso hacia la carretera. La velocidad y la copiosa sudada que llevo encima, me hacen notar con contundencia la fresca brisa que me acompaña hoy. En la carretera a la derecha y sigo subiendo para salir del pueblo en dirección a Hortunas y La Portera. Al dejar atrás las últimas casas del pueblo se tiene una cercana perspectiva del cerro Motrotón, la montaña símbolo del pueblo. El incendio se cebo en ella y apenas dejó algún árbol en su base, solo los jóvenes arbustos dan un ligero toque de color al suelo. 

A su derecha las montañas van dibujando el caprichoso paso del fuego y dejan ver grupos de árboles calcinados junto a otros apenas intactos, salvados por un viento que empujaba el fuego en dirección contraria. A los pocos metros de seguir pedaleando la estampa cambia por completo y ya no volveré a tener visión del desastre hasta la bajada de la sierra Martés, en la última parte de la ruta.

Ahora mismo la pinada se adueña de ambas márgenes de la carretera que, metida en el fondo del valle, sigue su viaje de subida hacia las aldeas pertenecientes a Requena. Una inesperada bajada me alegra las piernas después de las subidas que estaba haciendo de inicio. La bajada por asfalto es rápida y segura, lo que unido a esta carretera sin apenas tráfico, complementa el disfrute de este tramo sinuoso. Paso un par de fuentes con agua, las del Maestro ahora y Callembaja un poco después, lo que se agradece bajo la solana de principio de verano. Inicio otra subida larga y tendida. Es aquí, en las partes de subida, donde se nota más el tedio del asfalto. El agarre de los neumáticos parece multiplicarse y apenas avanzo a pesar del esfuerzo, además, como apenas hay dificultad siempre tiendo a buscar un poco más de velocidad y a castigar en exceso la musculatura, por lo que apenas puedo guardar y dosificar las fuerzas. Los caminos de tierra dejan ver más claramente la dificultad del terreno y eso anima a ser un poco más conservador y dejar un gramo de fuerza para el final. Paso junto a un caserón en la ladera derecha de la montaña. Allí a media subida hay buenas vistas del camino por el que venía transitando y tan bella estampa es retocada con la presencia, en fila india, de cinco motos, cinco Harley que rugen con contenido entusiasmo a medias entre lo que les gustaría y lo que les dejan sus “domingueros” pilotos. Pasan junto a mí en plena subida con la altivez de quien se sabe inalcanzable y dibujan la trazada que más tarde yo mismo seguiré. Acabo de subir esta parte del camino con un giro de herradura a la derecha, aquí, también a la derecha, arranca un camino que sube hacia Padernillas y baja, al otro lado de la montaña, cerca de la fuente de la Condesa. Sigo el asfalto y paso por la segunda fuente, Callembaja. 

Algunas masías y casas se dejan ver al lado del camino; la ladera, en ciertos sitios no tiene mucho pinar, solo monte bajo, pero al otro lado del valle la cosa es distinta, la pinada cubre las montañas que se suceden unas a otras tras los barrancos y ramblas que surcan estas tierras de interior. Tras la bajada llego a la casa del Peñón, varios carteles indican rutas senderistas que se adentran en la montaña. Luego llego al puente de Siete Ojos, desde el mismo puente y echando la vista atrás se ve una pequeña caída de agua desde una acequia hasta el lecho del río Mijares. Es un lugar pintoresco. 

El agua parece surgir de la propia montaña, del Peñón, que bajo una escarpada forma casi triangular se retuerce hacia el cielo. Es el estrépito del agua en su caída lo que me advierte de la catarata, que en un principio se resguarda de miradas indiscretas tras árboles y arbustos. Tras la preciosa estampa sigo camino, llegando un poco después al barranco de los Pilares, el porqué del nombre lo tengo justo enfrente, donde unos viejos pilares de ladrillo se desmoronan sin nada que sostener. La carretera pasa bordeando las casas de La Paridera, una zona en la que hace unos años se pretendía construir un campo de golf, y un pueblo de chalets con su hotel de lujo y balneario, en fin, que si no estamos locos nadie se lo cree. Al final la Consellería suspendió momentáneamente el PAI por problemas de integración paisajística y por estar entre un LIC (lugares de importancia comunitaria) y un ZEPA (zonas de especial conservación para las aves), mira por donde, si no lo veo no lo creo, al final alguien voto por la naturaleza en lugar del pelotazo (mira que si aún tienen razón estos del aquarius con el anuncio de los políticos extraordinarios, o eso o no los habían metido en el ajo). En fin, que cuesta mirar alrededor y pensar que esto podría estar lleno de grúas y de camiones comiéndose la montaña o de 500 casas ya construidas con sus más de dos coches por casa de media, más servicios, etc. Una autentica locura que transformaría está tranquila y solitaria carretera en una jauría de ruido y velocidad mortal para todo el entorno natural de la zona. 

Adiós a las cristalinas pozas del río Mijares, a los bosques, a las águilas y buitres que hay por la zona y surcan el cielo de forma tan majestuosa. Por suerte todo eso, de momento, está paralizado.

Sigo avanzando para llegar al puente sobre el Mijares, este río no es el mismo Mijares de Castellón, que nace en la sierra de Gúdar y desemboca en Almazora tras pasar por Vila Real, este Mijares es más modesto, con apenas unos 10Km. de recorrido desde que abandona la rambla del Quixal y toma su nombre, hasta unir su caudal con el río Magro poco antes del embalse de Forata. 

Cruzo el puente dejando de frente el conocido camino de subida hacia el Barrio Mijares y la casa de las Moratillas: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2013/05/las-moratillas-fresnal-rio-mijares.html  un poco después del puente y en medio de otra subida encuentro el Pocico Valentín. Este será el lugar elegido para almorzar, casi 20km. recorridos y otros 40 por delante. 

La fuente está a orillas de la carretera, las pozas del río no quedan muy lejos pero bajo la fresca protección de la inmensa arboleda no se echan en falta las transparentes aguas en las que poder bañarse. La fresca fuente aporta agua a todo el entorno que bulle de vegetación, de rabioso verde y del alegre alboroto de los pajarillos que trinan en la profundidad del bosque. El bocata y la cerveza son bien recibidos por una musculatura que, sin haber sufrido demasiado, agradece un aporte de energía que va a necesitar a no tardar mucho. El insolente calor evapora la cerveza casi antes de haberla bebido, por lo que las visitas “detrás de un árbol” son casi inexistentes en estos días de tanto calor. Tras las fotos y el almuerzo dejo la fresca sombra para volver a la carretera y seguir subiendo. Encuentro, nada más continuar, el desvío a la izquierda que lleva a las casas de Tabarla y al área recreativa. Tras el desvío la carretera baja en otro de los innumerables toboganes de esta primera parte de la ruta, 24Km. de asfalto que, entre los toboganes y los paisajes, se han hecho más amenos de lo que esperaba, aunque mi terreno siga siendo el camino de tierra y la pista. Y a ello voy. 

Encuentro el camino a la izquierda que cruza el río Magro junto a Hortunas de Abajo, hoy no voy a llegar a Hortunas de Arriba que queda unos tres kilómetros y medio más allá siguiendo la carretera. Cruzo el puente y giro a la izquierda por la señal que indica el depósito de Hortolilla. En mi anterior ruta por aquí, hace apenas 2 semanas, confundí el camino que sube hacia Fuen Vich con este, y así lo indico en la crónica, un error por mi parte, una errata que rectifico en esta entrada. No sé si será peor que este o no, el caso es que al girar la ladera que queda a mi derecha veo un cortafuego que, subiendo un tremendo desnivel, deja ver con toda crudeza la brutal subida que me espera a partir de aquí. 

Por si fuera poco el camino emprende una bajada que me hará comenzar la subida desde más abajo. Solo espero que el camino haga muchas curvas de herradura y de un buen rodeo a la montaña para quitar algo de desnivel. Aunque en realidad lo que más espero es buen firme y alguna sombra. El primer deseo concedido, el camino no se muestra muy cruel y el agarre es idóneo para afrontar el casi 10% sostenido que encontraré en los próximos 4Km. entre curvas de herradura y pequeñas rectas que esconden más desnivel tras la curva. Voy ganando altura y panorámica. Las sombras se muestran más esquivas y apartadas del camino. El sol cae a plomo y la sudoración es tremenda. Cada parada fotográfica es una buena excusa para dar un trago de agua y secarse el sudor que se mete en los ojos y escuece como un demonio. 

Veo las curvas que voy dejando atrás como brazos estirados que intentan agarrarme otra vez. Al otro lado del valle las montañas que transitaba semanas atrás cuando comencé esta odisea de aventuras por Malacara y Las Cabrillas, y sierra Martés al otro lado del río, ahora ya estoy “al otro lado del río”. Allá enfrente quedan Las Moratillas, El Pintao, El Nevera, El Tejo, El Montote, todos ellos detrás del vasto bosque que, por los pelos, aún conservamos. En un giro a la izquierda de 180º, el  camino aborda su última rampa antes de abandonar las vistas que me permitían ver el valle del río, pero el precio a pagar será una corta pero intensa rampa con porcentajes por encima del 15%. Luego suaviza hasta que parece que un 7% es un paseo. Encuentro un camino a la derecha que prohíbe el paso por ser una finca particular; por suerte el camino sigue recto y me despreocupo de este problema. Un poco más adelante el camino de Hortolilla, que es por el que venía, se aleja hacia la izquierda, sigo recto. 

Siguiendo el camino con mi mirada puedo ver la cumbre del Ñoño por encima de las montañas que aún tengo que acabar de subir. El siguiente tramo es una terrible combinación de rampa brutal con un firme roto y sembrado de piedras, se nota que el camino lleva largo tiempo en desuso. 

Al final me canso de tirar de potencia y de tropezar con los pedrolos que ya ni me esfuerzo en esquivar, pie a tierra es la mejor solución, doscientos metros de empujar bicicleta que se me hacen eternos bajo un sol de justicia. Arriba las vistas vuelven a ser espectaculares. El Ñoño y toda la sierra Martés se muestra exultante y desafiante. Hacia el sur el corte producido por la depresión del río Júcar se intuye con la caída de las montañas, más allá la sierra del Boquerón se reparte entre Valencia y Albacete. La distante calima no puede disimular la grandiosidad del paisaje que se divisa desde esta cota… y el camino sigue subiendo allá adelante. Aunque ahora toca un ligero descenso que me llevará cerca de abordar la última subida hacia la base del Ñoño y luego hacia aquella bajada que tan buen sabor de boca nos dejó en la ruta: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2009/06/cronica-del-pico-nono-la-ruta-mas-corta.html con Roda i Pedal. A pleno sol el calor es sofocante, pero con tanto sudar y el maillot mojado, el viento sigue siendo fresco y refresca la piel en cuanto gano velocidad en la bajada. Aquí arriba no afectó este último fuego, pero parece ser que en algún momento se vio afectada la zona con antiguos incendios, pues la pinada ha remitido y solo queda algún pino solitario entre la vegetación de monte bajo. 

Llego a la subida, y ya metido en ella es menos agresiva de lo que parecía de lejos, no es que no pique, pero después de los rampones y de tanta subida un poco más no me va a desanimar, además luego tengo la bajada. Llego poco a poco hasta la cabecera del barranco de Hortolilla, después hasta un depósito a la derecha del camino que marca la parte más alta de la ruta de hoy; desde aquí al embalse ya es todo bajada, aunque claro, el camino se empeñará en desmentir mi afirmación con pequeños repechos que no harán más que empañar mi palabra, como dirían “mis amigos” de Roda i Pedal. Me preparo para aquella bajada rápida a tumba abierta que recordaba… pero el camino no está para muchas florituras; el paso del tiempo, del incendio y de los equipos de extinción han hecho un flaco favor al firme que presenta muchas piedras y casi ningún tramo limpio y apto para rodar a la gran velocidad que demanda la pendiente. 

De todas formas el dantesco espectáculo del monte calcinado me hace parar para contemplar el horror de un infierno negro que aún llora la montaña a través de los surcos que arrastran la ceniza. Sin embargo la fuerza de la naturaleza se empeña en demostrarnos que es más fuerte que nosotros, que nuestra sinrazón autodestructiva. 
También aquí empieza a verdear la corteza de la montaña y pinta motas de color entre el férreo luto de la naturaleza muerta, demostrando que no la venceremos, solo que moriremos intentando matarla. Transformar la naturaleza siempre nos perjudicará a nosotros más que a ella.

Durante la bajada tendré vistas sobre el embalse, pero el recuerdo de lo que fue este lugar hace apenas un año y lo que es ahora ahoga toda la belleza que otorga el pantano. Y como la velocidad tampoco pone su punto de interés a esta bajada, el recuerdo de lo que pudo haber sido con aquella bajada soñada será el mejor de los recuerdos.  Al final de la bajada remonto para llegar a la carretera CV-428; esta carretera lleva, a la derecha, hacia El Oro y Cortes de Pallás, y a la izquierda, que es hacia donde voy, me lleva a la entrada del embalse. Ya en el asfalto y en bajada, veo que la Masía de Quinete ha ampliado su viñedo o está en ello. A la izquierda el desvío de entrada a la presa, recto la carretera muere en la CV-425, entre Macastre y la N-330, pasando por las aldeas de Viñuelas y Castiblanques, pendientes en otra de las rutas por la zona. Tomo el desvío y llego a la presa. El bajo nivel del agua deja ver laderas blanquecinas asomándose a beber a la orilla del pantano. Mi intención era girar a la izquierda y llegar a la ermita que hay junto a las oficinas de la presa, pero una valla cierra el camino y prohíbe el paso, así que voy hacia la presa y busco una sombra en la parte izquierda bajo un pino. Es el lugar elegido para la comida. 

Desde aquí veo las casas al   otro lado del pantano, casas que antes quedaban ocultas por una pinada ahora inexistente. 

A este lado de la presa la panorámica tampoco es mejor de lo que era. El sol va acorralándome bajo la sombra que cada vez es más cenital y menos sombra. Eso me hace avivar el ritmo de la comida y acortar el ratito de descanso antes de afrontar la parte final de la ruta, en clara subida hacia Yátova, subiendo primero el collado hacia el Motrotón. Cruzo la presa y sigo el camino. El caprichoso fuego jugó con el viento, o al revés, para crear pequeños oasis de vida en medio del arrasado paisaje. Es difícil imaginar el caprichoso camino del fuego a lo largo de la montaña. Un camino sale a la izquierda y bordea el embalse por el norte hasta el arroyo Picastre, que baja las aguas desde la sierra Malacara atravesando el valle que transitaba esta mañana por carretera. Dejo ese camino y sigo el mío, recto. El camino crestéa y gira salvando las curvas de nivel de la montaña. 

Ni siquiera el río Magro, que queda al sur de mi posición, se libró del beso del fuego sobre su líquida piel, y tras unos meandros del río el camino se aleja definitivamente hacia el norte en clara subida por un firme roto y gastado, que me hará exprimirme de lo lindo. Una bajada me dará algo de oxígeno a las fatigadas piernas, luego un giro de 180º a la derecha para iniciar la subida al collado del Motrotón. El fuego se cebó en el monte, los campos de olivos o no sufrieron el envite o han sabido esconderlo muy bien bajo el trabajo de los esforzados agricultores. 

También es curioso, o dicho en castellano antiguo y moderno "tiene cojones" que el dichoso cartel se haya salvado del fuego “larga vida a la inútil propaganda”. Tras superar el collado una corta pero intensa bajada me pone ese punto de emoción que no había conseguido en todo el día, un kilómetro y medio al 10% de desnivel no está nada mal. Lo malo es que ahora me toca remontarlo casi todo hasta Yátova. 

Me tomo la subida con calma, una porque no tengo prisa, y sobre todo, porque ya no tengo fuerzas. Entro al pueblo buscando el lavadero, callejeo un poco hasta la bonita plaza de la iglesia y al final encuentro mi objetivo. El antiguo lavadero público, que se encuentra junto al matadero, lo han convertido en una sala multiusos, y cerrado a cal y canto no hay forma de saber si sigue conservando todo o parte de, si no su uso, al menos su fisonomía. La fachada no tiene ningún interés que merezca gastar una foto, así que sigo callejeando para llegar hasta el coche y notar como mis fuerzas se recuperan ante la vista del grandote, al menos los siguientes Km. hasta casa no me costarán esfuerzo. La semana que viene más rutas por Almardá a la espera de volver a concluir esta serie, ya solo quedan dos.


jueves, 13 de junio de 2013

Sacedón-Ermita del Socorro-Ermita del Madroñal


Tras la etapa de ayer por Buendía hoy tocaba el otro gran embalse de la zona, Entrepeñas. Para ello llego hasta Sacedón desde Buendía por la CM-2000 bordeando la parte sur-oeste del pantano de Buendía. Al llegar a Sacedón dejo el coche junto a la escuela y saco la bici del coche para remontar la calle junto a la del colegio, a la izquierda, en fuerte subida. La calle se llama del Humilladero Alto, al poco de salir del pueblo llego a una zona de chalets donde diferentes jaurías de perros acompasan sus molestos ladridos a mi lento pedalear cuesta arriba. Tremendo lo de los perros, en cuanto empieza uno le acompañan todos los demás aunque aún no te hayan visto ni olido, lo peor es cuando algún irresponsable se deja abierta la puerta para que los perros que “no hacen nada” se embrabuconen ladrándote al oído y acercándose peligrosamente a tu pierna. Después paso junto a un picadero donde los caballos miran desde sus ventanas abiertas la estridente sinfonía de ruido que levanto a mi paso. Ya entiendo un poco el nombre de la calle, lo que no sé es si quieren humillar al visitante o a ellos mismos; tranquilos, aquí en Valencia también tenemos nuestro particular “humilladero” o “calvario” con la plaga de perros, con sus ladridos y sus mierdas y sobre todo de irresponsables dueños de perros. La subida no es ninguna broma, lo llevo todo metido desde hace rato y casi no avanzo, solo el hecho de no oír los ladridos me dice que ya he dejado atrás esa zona, amén del inmundo hedor a mierda y meado de perro que algún guarro soporta en su casa y con el que obsequia a sus vecinos. La subida no afloja, y para colmo la gravilla suelta comienza a hacer patinar la rueda trasera en cada pedalada. Uno de esos patinazos me hace echar pie a tierra, así que empiezo a empujar la bici cuesta arriba durante los próximos 700 metros ante la incrédula mirada de unos trabajadores en una torre de alta tensión “pudiendo estar durmiendo y está aquí bajo el sol y con una subida del 7” pensarán. Ante el tremendo esfuerzo de los anteriores minutos decido hacer una paradita para refrescarme, beber agua y tomar aliento mientras oteo a lo lejos el embalse de Buendía. 

Poco después tendré mejores vistas de él cuando llegue al camino principal por el que a la derecha bajaré hacia el segundo waipoint de la ruta. Ahora giro a la izquierda y sigo subiendo por una pista ancha y en perfectas condiciones. El camino describe un amplio giro a la izquierda que me deja ante una bonita bajada con las prometidas vistas; lo no tan bonito está al otro lado de esta vaguada que me tocará subir dos veces. Pero como lo primero es lo primero me dejo caer velozmente en esta corta bajada que casi no llego ni a disfrutar. Otra vez para arriba. Un camino se interna de frente hacia el alto de La Peña del Reloj, punto más alto de la sierra de Enmedio con sus 1063msnm, aunque antes llega a un cerro con unas antenas. 

Sigo la pista principal que gira a la derecha y que, además, indica en una gran piedra grabada, la ermita del Socorro. La subida aún no ha acabado pero ya es muy llevadera. Con el siguiente giro del camino a la izquierda paso a la vertiente oeste de la sierra que me regalará, desde un estupendo mirador, unas magníficas vistas hacia poniente. 

Bajo la montaña el Tajo es una grieta azul entre verdes montañas que lo aprisionan. Al fondo el castillo de Angix se alza sobre una peña controlando el paso del río que en los últimos años se ha hecho navegable. Este embalse junta las aguas del Tajo y el Guadiela poco más allá del precioso rincón que visité ayer. También desde allí inicia su andadura el trasvase Tajo-Segura, con todas sus controversias y votos a favor y en contra. Sigo el camino en suave bajada para llegar poco después a la ermita de la Virgen del Socorro. 

Metida dentro de una pinada las vistas las deja para el mirador de antes, aquí, además de la blanca ermita hay unas mesas y una fuente seca. Tras la visita remonto el camino hasta el mirador. El sol ya es un disco de oro que parece derretirse y querer derretirlo todo, cada sombra es un regalo y voy, como en los videojuegos, comiendo sombras para cargar energía, o mejor dicho para no perderla. Pasado el mirador inicio la parte, ahora de bajada, hacia el camino por el que he subido, aunque antes de llegar allí me encontraré la rampa de subida desde donde hace un rato veía el embalse de Buendía. No me giro ahora a verlo, agua pasada no refresca la piel… así que sigo subiendo esta cruel rampa deseando llegar arriba y volver a bajar para encontrar la brisa de la velocidad refrescando mi piel. Veo el camino de subida y giro a la izquierda siguiendo la pista forestal, poco después veo, en una loma cercana, la silueta del Cristo, con el pantano de fondo, al que me dirijo. 

Estoy cresteando por la sierra de Enmedio hacia el norte y el monumento al Sagrado Corazón de Jesús será la última cota desde la que tendré una visión increíble del entorno que me rodea. Acabo de bajar por la pista hasta el desvío, a la izquierda por un camino asfaltado, que sube hasta la cruz. 

Desde aquí las panorámicas son inacabables: al norte la sierra baja hacia La Entrepeña, dejando al otro lado del canal la isla de El Castillejo; el agua recorta los contornos de las montañas que se ahogan en el azul del cielo. Hacia el sur el pantano de Buendía también se ve un poquito. Al este las montañas crecen, al otro lado del valle, siguiendo el curso del río Guadiela hacia su nacimiento, en plena serranía de Cuenca y con todo el parque natural del Alto Tajo rodeándolo. Hacia el oeste las cumbres de la sierra de Guadarrama apenas son visibles entre la bruma, aun así las puntas pintadas de blanco níveo delatan su presencia en la distancia. Qué mejor lugar para almorzar y disfrutar de las vistas. Me recreo en la contemplación “en el deleite del placer, en la ansiada calma” como diría Manolo García. El agua atrae mi mirada una y otra vez. Los barcos de recreo dormitan en la calma chicha al este de la boca del Infierno. También se deja ver en la llanura, entre los embalses, un viejo acueducto. Disfruto de la sombra y la brisa aquí arriba mientras estudio el trazado que tengo que tomar a partir de aquí. Con el peso mejor distribuido me dejo caer hacia el tramo de la antigua N-320. Un mirador se asoma al pantano a cada lado de la U que dibuja la carretera. El tramo de ida no me preocupa pues tras dejar esta carretera y entrar en la nueva nacional, el arcén me lleva, todavía en la incorporación, al desvío hacia la vieja carretera, menos de 50 metros de carretera por un arcén ancho. El problema está a la vuelta, pues me temo que tendré que atravesar dos túneles en la nacional. 

Este tramo de antigua carretera, declarada como carretera pintoresca, deja corto al adjetivo que la califica. La carretera es simplemente una joya. Se asoma al pantano casi sobrevolando sus aguas azuladas, pero tras el paso bajo la nacional llega al área de descanso, con un bonito jardín y los restos de un pequeño castillo que suspende un balcón sobre la salida de la presa. El tajo del Tajo se deja ver esplendoroso. Me muevo entre otra “entrepeña” labrada por el río, con toda la paciencia de quien no tiene prisa, de quien sabe que su existir es su fluir, sin más pretensiones, sin más agobios, sin más problemas. 

La antigua carretera se agacha bajo la roca que apenas la deja existir y a fuerza de paso a conseguido labrar un semi túnel en la pared del cortado. Recorro este tramo de bajada con reverencial sorpresa y asombro ante las maravillosas vistas que se ofrecen. 

Más abajo, en medio del río, el puente romano ofrece sus servicios a los modernos usuarios de esta pintoresca vía. Mucho habrá visto desde aquel lejano 1361 en el que ya se afirmaba su existencia. Hoy, apenas usado, languidece ante los envites de un río encorsetado y amansado que lo acaricia, pero también lo golpea, a diario. 

Llego hasta él y lo observo desde todos los puntos de vista posibles. Luego cruzo al otro lado y sigo su cauce hacia la cercana estación de Auñón, la ruina empezó a construirse en 1953 cuando por aquí pasaron los últimos viajeros del denominado Tren de Arganda, que pretendía unir Madrid con Teruel, y que estaba en activo desde 1919. Actualmente está previsto que esta antigua línea férrea forme parte de la vía verde del Tajuña y sirva de enlace con el camino natural del Tajo, GR-113, del cual estoy recorriendo la parte del camino coincidente con las etapas 12 y 13. Poco después de la estación llego a un cruce con la CM-2009, a la izquierda va hacia Angix y Sayatón, giro a la derecha hacia la rotonda de la N-320. Sobre ella a la derecha y, por el arcén, tras haber hecho un giro de 180º comenzaré a remontar el Tajo por su orilla norte, aunque el río no será visible casi desde ningún sitio. Encuentro tramos obsoletos del antiguo trazado de la carretera; curvas que se suavizaron y ahora cortan más recto el camino, tramos fuera de servicio que ni siquiera están habilitados como zonas de descanso, será porque los gerifaltes que autorizan las infraestructuras no necesitan descansar… fuera de hoteles de lujo, aunque no les pille cerca de sus reuniones de trabajo. Sigo en subida metido en el asfalto, mientras este exista, y con toda la precaución que puedo en una nacional. Me exprimo un poco en este terreno para abandonar lo antes posible la negra piel de asfalto. A los 2Km. de rodar por esta vía un camino surge a la izquierda y se mete en la pinada. Tomo precaución para cruzar la vía y me meto en un camino de tierra, entre pinos, que pronto empieza a subir sin “gotica” de conocimiento. Tan brutal es la subida en algunos puntos que junto con la gravilla fina y suelta del camino impiden el agarre y tengo, otra vez, que bajar de la bici y hacer unos 200 metros a pie. 

Desde esta parte del camino alguna mancha azul sitúa el embalse de Bolarque a mis espaldas, a su izquierda el de Entrepeñas, pero Buendía queda tapado por la sierra que he recorrido esta mañana y de la que veo el Cristo dominando el paisaje. Más adelante del camino veré Buendía pero no Bolarque, si hay algún punto con vistas sobre los tres embalses no lo he encontrado. Ya arriba de la montaña encuentro un tramo sin la cobertura de pinos donde encontrar sombra, estos quedan un poco más adelante y hacia allí me dirijo, en una sucesión de pequeños toboganes, hasta el giro a la izquierda que corone la montaña, en el V.G. Tejero. No tiene nada de interés, ni siquiera tiene vistas, pero entrará en la colección de “vértices conquistados”. Regreso al camino que podía haber seguido recto y que ahora tomo a la izquierda. Pronto las manchas azules del pantano se filtran entre las verdes hojas de los pinos, y también pronto llegaré a tener visión directa sobre la preciosa ermita de nuestra señora del Madroñal. 

Primero entre los pinos y más tarde, tras una curva, casi a vista de pájaro, hasta ir bajando hasta ella. La ermita se construyó en el siglo XII aunque luego fue abandonada (para construir el monasterio de Monsalud, que veré mañana) y vuelta a retomar ya en el siglo XV. Llego hasta ella pasando una cadena que cierra el paso a los vehículos hasta la plaza. 

La vista desde todos los ángulos es magnífica, enmarcada en todo momento y a poco que tomes altura por el embalse. La fuente de la plazoleta está seca, por fortuna un señor tiene las llaves y abre los servicios para que pueda cargar de agua la mochila. 

Aprovecho que abre las puertas de la cancela que rodea el perímetro de la ermita para enseñárselo a otra persona y, pidiéndole permiso, recorro la parte trasera del edificio con vistas sobre el embalse y un pequeño jardín que queda al lado oriental de la misma, hacia una puerta de acceso. Aligero la visita más de lo que desearía para no molestar, pero el lugar es tan magnífico que con gusto me recrearía en cada rincón y abrasaría a preguntas sobre mil y un detalles, pero me quedo con las ganas de una visita casi privada al interior de la ermita, tampoco es cuestión de abusar. 

Regreso a la plaza y sigo haciendo fotos y observando detalles que atesoraré con alegría y añoranza. Luego remonto el camino hasta la cadena y hago una última foto antes de volver la espalda y decir “good bike” a este precioso rincón de la Alcarria. A partir de aquí la pista se convierte en asfalto siguiendo hacia el norte, y no lo dejará más que un centenar de metros que rodaré por una pista paralela al asfalto, deseoso de tocar tierra. Empiezo a bajar entre la enorme arboleda de pinos y encinas que cubren estos montes, disfrutando de un paisaje tan escaso como raro allá en nuestros dominios. Miro con sana envidia los inmensos bosques que se conservan por esta zona, en total contraste con los montes casi arrasados que tenemos allá en Valencia. Llego al camino que sube por la izquierda desde Alocén, como diría “la martita” siga por su derecha, es la GU-999. Un poco más allá dejo la carretera para adentrarme en un camino a la izquierda que transita paralelo, aunque metido de lleno en un bosque que por momentos toma al asalto el camino, a la carretera, el mismo camino vuelve a la carretera en lo que supone el punto más septentrional de la ruta. 

Me quedan 8Km. de asfalto hasta la presa en dirección sur, con el embalse a la izquierda y el monte de la Veguilla a la derecha. Al menos tendré bonitas panorámicas que contemplar en este largo tránsito por carretera, con la ermita en lo alto de la montaña a la derecha y las azules aguas a la izquierda. 

Tras ese tramo todas las panorámicas quedan a cargo del agua, hasta la presa, que primero veré desde arriba antes de que la carretera muera en la N-320 a pocos metros del primer túnel que la lleva hasta Sacedón. Giro a la izquierda para adentrarme en el área de descanso, una amplia zona con una buena arboleda. 

Sobre el césped y bajo una sombra haré la parada de la comida. Con el bocata en las manos miro hacia arriba como los buitres sobrevuelan su conocida área de influencia, su cada día más amenazado e invadido hábitat con ese volar pausado y majestuoso. Mientras preparo las luces para adentrarme en los túneles. La idea no me seduce en absoluto; no soy muy partidario de las carreteras, menos aún de las que están algo transitadas, no digamos de una nacional y encima con dos túneles de por medio, pues el que he visto hace un rato lo voy a salvar subiendo unas escaleras que me dejarán sobre la presa justo a la salida de ese túnel. Recuerdo el tramo que he hecho esta mañana y que se metía por la carretera pintoresca salvando el túnel. Estoy pensando hacer ese mismo tramo al revés y coger la N-320 ya superado el túnel. Así que después de comer subo las escaleras y llego a la carretera salvado un túnel. Avanzo por la presa camino del primer agujero en la pared de la montaña, pero primero voy a investigar el camino por el que he venido en sentido contrario. 

Al otro lado de la presa giro a la derecha y llego a otro jardín como el de este lado, allí donde está el castillo. Sigo el camino natural del Tajo en su etapa 12 y paso bajo la carretera, llego a la curva donde a la izquierda hay una casa en ruinas y bajo ella unos raíles que bajan hasta el pantano, bonitas vistas del embalse y de pescadores allá abajo. 

Unos metros más allá una señal de dirección prohibida y luego una señal de la etapa 12 que prohíbe el paso.

Etapa 12: Alocén – Sacedón. Ya llegando al embalse, podrá descansar en un área dotada de bancos y mesas para tal fin, antes de girar hacia la derecha y discurrir por un camino asfaltado que bordea la masa de agua. Es en este trayecto cuando la etapa entra en contacto con la carretera nacional N-320 siguiendo la vía asfaltada a través de un paso habilitado para ello. La etapa se interrumpe por un espacio de 450 m aproximadamente al coincidir su trazado con el de la N-320, justo a la salida del túnel. La etapa se reanuda, una vez salvada esa discontinuidad, en el punto en el que una vía asfaltada que pasa por debajo de la N-320, se encuentra con la carretera hacia Cuenca, que llevará al caminante a Sacedón, meta final de etapa. Se recomienda al usuario realizar este tramo en vehículo por motivos de seguridad.

Plas plas plas (aplausos).  Vamos a ver: me pongo a andar desde Alocén para hacer una preciosa ruta junto al río Tajo. Llevo 6 horas andando, 22Km. y al final de la ruta me dicen que “Se recomienda al usuario realizar este tramo en vehículo por motivos de seguridad”. Claro… no pasa nada… me vuelvo a Alocén a coger el coche para llegar a Sacedón, total son otras 6 horas y otros 22Km…andando, de vuelta. En qué estaría yo pensando cuando hace 12 horas y 44Km. antes me he metido en este fregado. Y claro, no hay alternativas, ellos interrumpen el recorrido y lo reanudan cuando ha pasado el peligro. O te metes en los túneles de una carretera nacional o… andando al menos hay una pequeña acera dentro de los túneles, pero es demasiado pequeña para poder ir en bici con algo de seguridad. Todo por no habilitar un camino de unos 450 metros junto al arcén, desplazando el quitamiedos unos centímetros más hacia afuera para hacer el arcén algo más ancho, o dejar el camino al otro lado del guardarraíl para que no esté dentro de la carretera, o habilitar la antigua carretera que llega, por el lado de la montaña, hasta la entrada del túnel y poner un paso de peatones y unas luces de precaución, quizá no sea la mejor solución pero es mejor que nada, a no… que nada es lo que está hecho, si quieres pasar juégate la vida en los túneles, que nosotros, el ministerio de agricultura alimentación y medio ambiente, que promovemos y apoyamos la iniciativa y el camino, ya hacemos bastante informándote del peligro.

Pues al final esto lo que hago: a la vista de la señal de prohibido, de final del camino hasta pasados 450 metros (que suenan a “yo no quiero saber nada en este tramo, es tu responsabilidad”), sigo 30 metros hasta la isleta, miro a la izquierda comprobando que no viene nadie desde la nacional ni desde el carril de incorporación por el que he venido esta mañana, miro a la derecha dentro del túnel, ningún coche, así que cruzo la carretera y al otro lado veo lo que sería mi escapatoria… ya solo me queda un túnel que librar. Pero mirando con más detenimiento veo que esa carretera cortada, que sería mi escapatoria, tiene la alambrada desplazada y queda un hueco entre esta y la pared de la montaña. Solo me queda saltar el guardarraíl, saltar el muro de hormigón de esos que ponen en las medianas de las carreteras y ponerme a salvo en esa carretera abandonada que tanto bien podría hacer pero que está detrás de tantos impedimentos. Me siento como si hubiera escapado de la cárcel cuando todo debería ser mucho más sencillo, práctico y natural. Es más fácil y seguro para todos sacar a los ciclistas y peatones de las carreteras siempre que se pueda. Me viene a la cabeza el “road to nowhere de Talking Heads”. Ahora tendré que remontar la montaña hacia los miradores que dejé atrás esta mañana, esa será mi recompensa-penitencia por no pasar los túneles. Ya arriba me dejo caer al otro lado hacia Sacedón. Llego a la plaza de toros, al otro lado una preciosa arboleda da sombra a un prado verde y cuidado, al final del parque un camino a la izquierda baja hacia un camino que vuelve hacia el pantano cuando este no está aquí arriba, paso bajo el puente de la carretera y llego a la orilla del agua. 

No puedo encontrar un paso apropiado para llegar, por la orilla de levante hasta algún lugar donde ver, desde este lado, la boca del Infierno, la Entrepeña. 

Así que con el agua a mis pies doy por concluida la ruta. Solo me queda remontar el pueblo y llegar hasta el coche que me lleve a Buendía, al hostal donde me espera Teba para tomar un “fresquito” y luego venir a ver alguna de las maravillas que he visto hoy. Mañana la “zesty” descansará a la espera del rutón del sábado por el Alto Tajo.