martes, 11 de octubre de 2011

Riba Roja-Cueva Turche (Buñol)

Después de algunas semanas sin hacer salidas de entre semana (desde las vacaciones no había hecho aún una ruta), tan solo alguna salida rápida para no perder tono muscular. Incluso con varios sábados faltando a la salida semanal de Roda i Pedal, estaba que me subía por las paredes. Esta semana volvía a tener problemas para organizar una de esas rutas que me organizo y tenía que salir martes o aplazar otra semana. Así que de prisa y corriendo planee una ruta para ir desde Riba Roja a Buñol y conocer la Cueva del Turche. El martes salgo del trabajo por la mañana y llego a casa para coger la bici e iniciar los más de 75Km. planeados. Hago tiempo con los estiramientos para salir con luz de día y dejar que el fresco ambiente de primerísima hora de la mañana gane un par de grados y evitar salir con una manguita que seguro que más tarde me molestaría. Empiezo a pedalear con el fresquito rodeándome la piel en las zonas de sombra, al sol se está bien. Ya a partir de Porxinos rodaré con la compañía del astro solar. Luego hacia Pozalet y hacia el camino que, por dentro del barranc del Poll, se dirige hacia Cheste.
Este camino dentro del barranco es una zona que me gusta. Evitas la carretera y notas el contacto de los caminos bajo las gomas. Al llegar a la carretera en lugar de dirigirme hacia el pueblo me voy a la izquierda hacia el polígono industrial. Bordeando el polígono llego al puente que cruza la A-3 y las vías del AVE.
A partir de aquí el camino es un constante zigzagueo entre los campos de cultivo alternando el asfalto y la tierra y teniendo que cruzar el barranco de Pelos. Tengo que dirigirme hacia MiraValencia pero me siento más perdido que una cabra en un garaje. Normal, el track queda, en la pantalla del GPS a un mundo de distancia. No sé exactamente donde ha sido pero me he desviado y empiezo un recorrido extra para volver hasta la ruta marcada. Por consiguiente no tocaré casi ningún tramo de camino conocido. Intento llegar a aquel paraje tan bonito cerca de MiraValencia pero me siento perdido.
En la carretera de Godelleta giro a la derecha y paso junto a la urbanización Farandola para meterme luego en la montaña y hacer una subida, bueno, un rampa bastante dura antes de llegar a la carretera. Bordeo MiraValencia desde el norte hacia el este sur-este. Los molinos eólicos de Buñol y la cementera queda a mi derecha. Luego me vuelvo a salir de track y llego hasta la carretera de Godelleta. Es una carretera estrecha y sin tráfico, y cansado de dar vueltas como un pollo sin cabeza decido hacer el tramo que me queda casi hasta Buñol por esta carretera. No me equivoco en lo de poco tráfico y tan solo me encontraré con un coche en todo este trayecto que además es, en gran medida, de bajada. Tras la bajada en zigzag tomo un camino a la izquierda que se adentra hacia la colina de las antenas.  
Le daré toda la vuelta para encontrar al otro lado una bonita y cercana vista del Motrotón, el flan que llamamos nosotros, y la cueva del Turche. Enseguida el camino se convierte en una senda, lo suficientemente ancha para poder ciclarla sin problemas pero no para que permita el paso de coches. 
En este sentido ascendente hay un tramo que hay que subirlo a pie porque el desnivel es imposible de ciclar, pero se supera sin mayor dificultad.
Ya tengo Buñol a mis pies y la balsa del parque del Planell azulea la verde pinada. Tras el pueblo las canteras que se comen la montaña y los molinos, se hacen omnipresentes a la vista contribuyendo, junto con la enorme cementera, a afear el paisaje. Un túnel bajo la carretera que he abandonado al otro lado de la montaña, me lleva directo al corazón del parque. Una enorme y preciosa arboleda donde al final encuentro el lago. Las anátidas, peces y anfibios están ampliamente representados así como basura de diversa índole proveniente de la familia de los “homus cochinus” (no buscar en el diccionario).  
Tras la visita, las fotos y respirar un poco de mal olor del agua estancada del lago, pongo rumbo al interior del pueblo para girar a la izquierda y bajar por la carretera hacia Alborache. Cruzo el río Buñol y poco después el río Chico, que se llama río Juanes hasta el charco de las Palomas, para encontrar la señal, a la derecha, que indica Turche. Antes de bajar hacia allí veo la señal del charco Mañán y decido hacer una visita si no está muy lejos; que digo yo que una vez encargada la señal indicar 1 ó 3 Km. costaría muy poco, pero no hay manera, es mejor aventurar al incauto a recorrer los inescrutables caminos de montaña. Y si no que no venga, o que venga en coche. Empiezo a subir, a subir a subir… hasta llegar a una gran balsa. No hay indicativo que diga que es esto, así que le pregunto al valiente que se está bañando en estas cristalinas y frías aguas.  
El día es caluroso para estar a mediados de octubre, pero la temperatura del agua es más para bebérsela que  para bañarse. El caso es que me indica que es más para arriba. Así que tras un pequeño desvío hasta la puerta de la masía de enfrente sigo subiendo. Y subiendo. La rampa es portentosa y me obliga a meterlo todo y bloquearlo todo. Subo pensando que porqué me tiene que pegar siempre por buscar sitios que están en lo alto de las montañas o en el fondo de los valles, luego hay que volver a subir. Ya casi arrepintiéndome de haberme embarcado en esta aventura que no sé lo lejos que me llevará veo un cartel que indica mirador, luego otro que indica Cueva de las Palomas y charco Mañán, sigo subiendo y otro de Cueva de las Palomas y en dirección contraria Turche, pero la señal del charco Mañán ha desaparecido del mapa, de las indicaciones y del mundo. El camino se acaba y sale una sendita que a los pocos metros me deja frente a unas pozas horadadas en la roca por la acción del agua y el tiempo. He llegado, por fin, a no sé dónde. El paisaje es precioso. 
Los peces se asoman a la superficie de un agua verde azulada, mitad efecto de los reflejos arbóreo-celestes y mitad de la poca oxigenación de unas pozas poco renovadas y con vida animal y vegetal. La montaña forma una garganta que se pierde hacia el interior de la misma. Luego emprendo la rápida bajada hacia Turche. Abajo, junto al río, el camino pierde el asfalto y pasa junto al monstruoso esqueleto de una fábrica o de un almacén o algo similar. Quizá una antigua papelera. La arboleda se convierte, poco a poco, en un espeso bosque que se adentra remontando el río. A ambos lados del río las laderas comienzan a escarparse y a cobrar altura. Estoy entrando en una garganta donde el silencio y el paisaje comprimen la razón y crean una atmosfera claustrofóbicamente inquietante. El camino pasa un pequeño puente sobre el río y de repente asomo a una enorme plaza, un cráter escavado en medio de la montaña, un hoyo, una fosa con una única entrada y salida surcada por el río. Bueno, exactamente con una salida, la entrada la hace el río desde lo alto de la montaña precipitándose en una cascada, ahora seca, de unos 20 metros. O incluso, siendo más exacto, diría que el río entra hasta la poza filtrándose a través de la montaña. El espectáculo es apabullante. 
De una belleza delicada y frágil en la cual me muevo a cámara lenta aún impactado por el golpe visual. La inquietante claustrofobia ha desaparecido de repente. Ahora observo a mi alrededor como un alud de colores se posicionan firmemente a mi alrededor. A mi izquierda la ladera se pinta de un verde intenso, remarcado aún más por la sombra de primeras horas de esta tarde otoñal. El propio otoño se desnuda ante mí cubriendo el suelo de miríadas de hojas, en una lluvia de confeti natural aún efímeramente vivo. A la derecha el sol golpea la roca desnuda y la pinada y monte bajo que cubre esa ladera. 
Y en el centro el lago refleja mitad sol y mitad sombra de la pared por la que algún día volverá a correr el agua. Aún estoy pasmado de asombro e intento asimilar un paraje tan maravilloso, desconocido y cercano a casa. Me siento en uno de los bancos a comer sin dejar de mirar a mi alrededor aún incrédulo. Es, sin lugar a dudas uno de los paisajes que más me ha impresionado. Por lo inesperado. Es como contemplar una miniatura, una maqueta a escala pero con los detalles a tamaño real. Solo el goteo del agua que suda de la montaña y el frufrú de las hojas deslizándose y rozando con otras al caer al suelo, rompe el silencio. Es el mejor momento para llamar a Teba y felicitarla por su cumple, no había mejor sitio desde donde llamar y la felicitación suena amplificada por la grandiosidad del lugar. ¡¡¡ Felicidades cari !!!
Tras la comida y una brevísima siesta emprendo la vuelta, no sin antes prometerle a este maravilloso lugar que volveré con la caballería al completo. Inicio el tramo de carretera que entra al pueblo y me interno en este buscando la compañía del río Buñol hasta llegar a la ermita y fuente de San Luis. 
Un bonito enclave que me sitúa al inicio del paseo fluvial. Luego remonto perdiéndome en el entramado angosto y tortuoso del centro del pueblo hasta desesperar de frustración.  Por fin localizo la carretera principal que cruza el pueblo dejando el castillo a la izquierda y salgo en dirección a la ciudad deportiva del Levante y hacia el polígono industrial al este del pueblo y paralelo a la A-3. Cruzo entre las fábricas con un inequívoco aroma a pollo asado, si, tal cual. Mi obsesión con este manjar no me está jugando una mala pasada, así que a las puertas de la fábrica de alimentos preparados acelero el paso para no meterme dentro con la bici y todo. Encuentro un camino de tierra que se adentra entre vides que ya han entregado sus uvas. 
A la derecha, una línea de  montañas cubiertas de pinos, recuerdan lo que en algún tiempo sería la sierra de los bosques al otro lado de la autovía, por allí por donde hoy están los molinos de viento. Desde aquí a Chiva, que se asoma allí delante es un suspiro. Entro dentro del pueblo y llego hasta la fuente de los caños para recargar otra vez agua. Desde la cueva del Turche hasta aquí he dejado la camel temblando y de recargar no llegaré a casa con agua suficiente. El cansancio empieza a pasar factura y ya no sé cómo sentarme, ni como pedalear ni de dónde coger el manillar. Total ya solo me quedan 20 Km. El conocido camino hasta Cheste que regala pequeños tramos de bajada pero sobre todo un buen terreno rodador, lo agradezco como pocas veces, bueno, el día que vine desde Requena también lo agradecí. Y el día de … Después de Cheste me planteo la conveniencia o no de seguir por la carretera, por la facilidad de tránsito que ofrece el asfalto pero renegando de mis principios bikers, o meterme por el camino del barranco dejando intactos mis principios pero exigiéndole un mayor desgaste a la maltrecha musculatura. Así que dándome ejemplo a mí mismo gana la segundo opción y le meto más madera a los músculos aparte de un repaso general a las suspensiones. A la salida del barranco busco la vuelta hacia Pozalet y luego a la izquierda para llegar al camino de Cheste por el campo de tiro, luego Porxinos y ya estoy en la entrada de Riba Roja. Desgranando los últimos metros hasta casa voy pensando en que la ruta ha resultado demasiado larga (84Km.) y mucho más dura de lo que parecía a priori. Aunque solo la cueva del Turche compensa de sobra todo el cansancio, buscaré una ruta más corta para la visita con el grupo y poder así dedicarle más tiempo al idílico lugar. Ya estoy  saboreando la cerveza fresquita que me voy a calzar antes de quitarme el casco en cuanto llegue a casa. Nos vemos pronto en otra ruta.