jueves, 16 de agosto de 2012

Titaguas-Alpuente



Aún no he subido la ruta anterior al blog y ya estoy pedaleando la siguiente. Qué digo pedaleando, estoy escribiendo ya esta crónica. Esta ruta la planifiqué a toda prisa un par de días antes de hacerla. Así que seguro que me he dejado algo que ver por el camino, algún lugar que, de haber tenido más tiempo para configurar el trazado, habría incluido en la visita, como por ejemplo la pequeña aldea de La Carrasca, entre las aldeas de Campo de arriba y Campo de Abajo. Pero es lo que tiene el calor, el verano, el trabajo y el agotador cansancio que llevo encima estos días. Hice la ruta casi sin ganas, casi porque había que salir a la montaña en busca de ese agotamiento físico que sin embargo, me despeja la mente y me deja como nuevo; me libera de tensiones y malos rollos que se ahogan en el salitre del sudor que bulle en mi piel bajo el abrasador calor de agosto. Así que hice la ruta, primero sobre el mapa y luego a lomos de la incansable bicicleta que espera pacientemente a que toque otro día de montaña, de caminos, de piedras y barro, pinchos y polvo, otro día de subidas y bajadas, de diversión… en definitiva, otro día de gloria. La ruta era cortita. Solo 40Km. para liberar tensiones y descansar cansándome: parece una contradicción pero no lo es. Canso el cuerpo para descansar la mente. Pero vamos a lo que vamos.
Las previsiones meteorológicas, con ola de calor sahariano, tampoco invitaban a una paliza mucho más allá, y las fuerzas, exprimidas al máximo en las largas noches de trabajo, ponían lo justito para salir a dar un paseo, lo de hacer la ruta fue porque iban engañadas, sino ni eso.
A las 5 de la mañana los ojos como platos. Consigo vencer la tentación de levantarme hasta las siete y media, para desayunar y poner rumbo a Titaguas con el coche, donde empezaré la ruta en bicicleta. Al ponerme en marcha, doy un pequeño paseo por la parte vieja del pueblo, que no había visitado nunca. El interior del pueblo no se parece en nada a lo que se ve desde la CV 35 que cruza el pueblo. La parte vieja aún guarda sabor a pueblo, un sabor arquitectónico de muchos kilates, un legado cultural extraordinario que queda lejos de miradas vacías que pasan por la carretera sin ver el pueblo. La parte nueva se parece cada vez más a las “grandes”, (aunque grandes solo en tamaño) ciudades: nada que ofrecer, nada que mirar, así que la culpa de esas miradas vacías quizá no es solo del que mira. Una serie de paneles indican un recorrido cultural que sin embargo no haré, voy a mi aire, la eterna cuestión del “my way”, Sinatra vs. Simone. 

Aun así visito la iglesia y algunas casonas dignas de relevancia antes de salir del pueblo junto a la fuente, para subir hacia la ermita del remedio desde la carretera de Aras. Nada más tomar el desvío un parque a la izquierda y comienza la subida de verdad. “Abróchense los cinturones, lo pasaremos bien”, como dijo Guardiola. Allá voy. 

Tras el depósito de agua se ve la ermita, pero la rampa es de las que alegra que sean cortas. Todo el rato ves tu objetivo pero este no se acerca lo más mínimo a pesar de las pedaladas. El calor no perdona y ante el esfuerzo comienzo a sudar como un loco. El esfuerzo es enorme en esta corta pero dura rampa. A pie de ermita tomo el camino de la derecha para subir hasta ella. Un rápido vistazo a este tranquilo y bello lugar que me servirá después como descanso de la batalla para venir a comer el bocata que tengo en el coche. 

Unas fotos después vuelvo hasta este punto y giro a la derecha para encarar la subida larga. Enseguida llego al zigzag de la carretera y a la derecha sale el camino hacia fuente la Zarza. Esta fuente no está indicada aquí sino abajo en el pueblo, pero si vas a la ermita te tienes que desviar, o al contrario si vas primero a la fuente. Como no está muy lejos decido acercarme para ver el paraje y llenar un poco más de contenido la ruta de hoy. Medio Km. después, por un agradable camino en sombra y con una suave bajada, llego a la fuente. 

Un pequeño hilo de agua sale del caño junto a la blanca pared y junto al merendero cubierto. Vuelvo atrás hasta la carretera y sigo subiendo. Hay por aquí unas cuevas rupestres, supongo que en el camino que he dejado a la derecha volviendo a la carretera, pero como no están indicadas vete tú a saber si es o no el camino. Otra visita perdida. Ya en la carretera, viene ahora un tramo exigente de la subida, luego se acaba el asfalto y la pendiente suaviza un poco junto a los corrales de la Hoya del Hacha. Allí dejo a la izquierda una bifurcación y sigo recto, en el siguiente cruce de caminos a la derecha y comienzo a subir otra vez un tramo que se agarra a las piernas. Otro desvío y a la derecha en busca del mirador, este sí que está perfectamente indicado hasta con dos paneles a la vez. Otra vez a la derecha, dejando el norte a mi espalda, me lleva directo hasta el mirador. Como una escalera de Penrose escalo estas montañas con la ilusión de estar permanentemente bajándolas, en una subida hacia el mirador que pica hacia abajo. La sorpresa es encontrarme allí un V.G. con unas impresionantes vistas sobre el pueblo de Titaguas y sobre los campos de cultivo que rodean el pueblo, así como del alto de las Corralizas que tendré que rodear ya en el último tramo de la ruta. 

El mirador es un balcón privilegiado sobre el enorme paisaje que se abre a sus pies. La pureza atmosférica de hoy, permite una óptima visión de todo el horizonte sur, casi 180 grados de este a oeste. Una pequeña zona de picnic bajo la pinada me acogerá para almorzar y aligerar peso, bueno, en realidad para reubicarlo. Vuelvo a los pedales tras el descanso sin haber dejado huella de mi presencia, tan solo el aliento digitalizado de las fotos robadas al paisaje. Dirección norte hasta llegar al primer desvío que tomo a la derecha. El camino comienza a bajar suavemente. Sigo fielmente las indicaciones del “Treki” que me guían entre los caminos que van surgiendo. 

Aún por encima de los mil metros de altitud diferentes variedades de pinos replantados pueblan el paisaje. Me descuelgo poco a poco, por un firme sin problemas, hasta la fuente del Parajuelo para emprender desde allí la parte más empinada de la bajada junto al barranco de las Cambrillas. Llegaré al final de este donde se junta con el barranco del Curro. Por un vado cruzo al otro lado y remonto hacia Baldovar. 

Entro a la aldea por el oeste llegando al frontón y luego al lavadero y la fuente. Recorro la aldea buscando ese encanto de piedra vieja, pero la parte nueva, a la derecha de la carretera no me lo ofrece. Estaba apunto de irme cuando las campanas de la iglesia me llaman. Ante su insistencia me adentro al otro lado de la carretera en su busca. 

Aquí si hay casas de piedra, calles estrechas, ventanas enrejadas… las campanas repican a mano. Nada de cuerda y polea. Los hombres del pueblo suben al tejado y empujan la campana con la mano, cada vez más rápido, en un sprint entre la mano y el eje de la campana hasta que el hombre queda desfondado y cede su turno a otro gregario que llevará el repiqueteo lo más lejos posible, sin rebufos, sin abanicos, una lucha de poder a poder, una autentica contrarreloj. Salgo del pueblo con esta bella estampa grabada en la retina y los tímpanos, que aún reproducen el alegre tañido de la campana llamando a las fiestas mientras se pierden en la distancia. Dejo el pueblo a mi espalda, subiendo por la carretera hacia Las Eras. La carretera gira a la izquierda y allí tomo un camino también a la izquierda que me adentra en los campos de cultivo. Toca bajar hacia la aldea de Obispo Hernández o Eras por la parte de atrás. Desde este camino veré el acueducto de "los arcos" y así llegaré a la aldea para recorrer un pequeño camino junto al barranco del Reguero antes de que este se convierta en el colosal barranco que es a su paso por Alpuente. 

El pintoresco camino queda atrapado entre el barranco con su exuberante vegetación y las casas que se levantan como una muralla de piedra al otro lado. Y así salgo del pueblo lo más pegado posible al barranco. Junto a la señal que delimita la aldea cruzo la carretera para tomar el camino que, junto al polideportivo de Alpuente, sube hacia la ermita de San Cristóbal. El cansancio acumulado del trabajo y el tremendo calor empiezan a pasar factura en esta subida que ofrece su parte más dura al principio. El sol zenital castiga con su mayor crudeza y me obliga a dosificar las fuerzas, estoy a mitad de ruta, y aunque puedo hacer una vuelta más rápida quiero completar toda la ruta prevista. Así que dosificando empiezo a subir esta larga recta que me lleva hasta la ermita de San Cristóbal. Otra sorpresa en forma de V.G. me espera allí junto a las mesas y las paredes de la pequeña ermita. 

La estructura ya no guarda ningún elemento que la identifique como tal, tan solo el monolito a modo de altar puede dar alguna pista. Las espectaculares vistas muestran todo el campo entre Alpuente y Titaguas. A la izquierda Alpuente se acurruca junto al barranco y la peña del castillo. Al otro lado el colosal camino que subí en la ruta: http://bikepedalvalencia.blogspot.com.es/2012/04/tuejar-buena-leche-alpuente-arquela.html Aún queda un pequeño mirador unos metros por debajo de esta ermita, así que me acerco a verlo. Alpuente a vista de pájaro, tal y como antes en el mirador de Titaguas. También veo el valle por el que discurre la rambla Arquela desde un punto de vista distinto al de esta mañana. Las aldeas se pierden en la distancia y las granjas entre los campos de cultivos son solo puntitos en la distancia. Ya las veré de cerca. Tras la visita regreso por el mismo camino esta vez en una bajada rápida y casi recta. Algo de gravilla en el suelo que da la emoción justa para mantenerse alerta ante la velocidad y el empuje que toma la bicicleta. Esta bajada me lleva hasta la rotonda que baja hacia Baldovar y por la que pasé hace un ratito. La tomo ahora en dirección Titaguas bajando por asfalto a gran velocidad. Algo más adelante un desvío a la derecha, antes de llegar a la siguiente rotonda, me pone a los pies de la rambla Arquela, muy cerca del vado que antes crucé de camino a Baldovar. Tras el nuevo vadeo, encaro al sur hacia Campo de Arriba. Un camino asfaltado picando hacia arriba, suave, pero con el peso del calor encima cualquier pequeña subida se hace un mundo. Ahora tengo las granjas de pollos al lado de la carretera y afino el olfato en busca de algún indicio a “pollastre rustit”, pues el calor y los techos de uralita de las granjas me hacen preguntarme del calor que deben estar pasando los pobres bichos. 
Llego al pueblo entrando junto al frontón y la fuente donde paro a reponer el agua y cambiarla por otra más fresca. Allí mismo hay gran pozo o balsa, poco profundo pero grande, donde desagua la fuente. Me adentro en el pueblo en busca de la iglesia que es lo que espero sea más representativo de estas aldeas, salvo alguna sorpresa. La sorpresa me la llevo al salir del pueblo sin encontrar la iglesia, debe de haber quedado en otra calle y ya no tengo ganas de volver atrás a buscarla, aparte de que no veo ni campanario ni nada que se le parezca. El calor me está ganando la partida y ha veces pienso en lo que me queda de ruta como un trámite a terminar, así que ligerito y “palante”. Tomo la carretera a la derecha y unos metros después un camino a la izquierda me pone sobre el valle que veía desde el mirador de la ermita de Alpuente. Los campos de cereales están todos segados y los tallos se queman bajo el aplastante sol de agosto un día tras otro. Ya no hay semillas que dorar ni que adorar. Ya solo quedan tallos que pronto sucumbirán bajo el arado de los tractores, que prepararán el terreno para una nueva cosecha que teñirá de verde y luego de oro este enorme granero. Zigzagueo entre los campos. Un refugio de piedra aquí, un depósito contra incendios más allá, una pequeña rambla cubierta de zarzas y juncos. 

El camino me acerca hasta las inmediaciones del Campo de Benacacira. Otra de tantas aldeas abandonadas en esta zona. Elevada sobre un pequeño cerro, goza de una vista privilegiada de la zona de alrededor, sin embargo, esa posición estratégica no ha evitado su abandono y casi desaparición ante el estado, más allá de derribo, en que se encuentra. Ya llamó mi atención este enclave en la anterior ruta citada más arriba y tenía ganas de acercarme hasta aquí. Continúo mi deambular por el camino, varias alternativas me acercan hasta la carretera que tengo que cruzar. Aquí cerca de la CV 35 algunos viñedos se adueñan del paisaje protegidos por el alto de la Montalbana y el Buena Leche. Cruzo la carretera y giro a la izquierda para subir, primero hacia el campo solar, donde miles de paneles solares duermen al sol recibiendo la calentita y rabiosa caricia del astro rey. Esta tipo de instalación también rompe el paisaje, pero solo si lo miras desde un punto elevado, no es algo que ves a muchos Km. de distancia como los molinos eólicos que inundan nuestras montañas y han modificado tan profundamente el paisaje. Pero este es el precio del progreso: pagamos todos con nuestro patrimonio para que se enriquezcan unos pocos. Uy, se me ha escapado un momento protesta. Ahí quedará aunque de nada servirá. Con rima y todo. Seguimos. Llego al campo eólico subiendo una cuesta que parecía mucho más suave de lo que al final ha sido. No la calificaré de terrible pues a estas alturas de la ruta el calor está influyendo más de lo que me gustaría en mis cansadas y acaloradas fuerzas. Solo la cerveza fresquita que me espera en hielo en el coche me empuja a seguir, o me estira, según se mire. Giro a la derecha, dejo el asfalto y encaro la montaña. 

Junto a unos enormes pinos hago una parada a la sombra para descubrir, allí al lado, el seco fondo de un pequeño navajo o charca. Me repongo un poco del sofocón y tomo fuerzas para encarar la última subida de la jornada por la loma del Águila. Luego me quedará subir hasta Titaguas, pero esa ya no cuenta, la tendré que subir sí o sí. Me animo pensando que esta subida es poca cosa. Y efectivamente, se sube mejor y más rápido de lo que pensaba. Al otro lado las vistas no se acaban de abrir hacia el barranco del Hondón ya que el camino está metido entre los árboles y estos tapan la visión. Hoy tengo unas vistas distintas a aquella primera visita de esta zona en la ruta:  http://bikepedalvalencia.blogspot.com/2011/04/titaguas-aras-zagra.html aquel día me quedé con las ganas de explorar el camino desde el puente sobre el barranco hasta el molino y la chopera. Así que hoy lo haré una vez llegue abajo. Tomo la bajada con precaución pues la gravilla no invita a grandes alardes. Buena pendiente que promete velocidad a poco que suelte frenos. Pero contengo los caballos y las ganas. La vegetación adentrándose en el camino tampoco permite la mejor trazada y obliga a surcar el centro del carril con su abombamiento y el peligro de derrapada que ello conlleva. Ya abajo, tomo un camino a la derecha que pronto se estropea con zarzas que cruzan el camino e indican su poco uso. 

En efecto, al poco tiempo el camino muere bajo un precioso nogal y un campo arado que no respeta el paso, o viceversa, de un sendero local marcado con sus rayas verdes y blancas. En todo caso me toca volver atrás hasta el camino conocido y llegar hasta el molino para inspeccionar la otra parte de este camino, a ver cuanto me puedo acercar. Por el otro lado del camino llego hasta un punto en que baja una suave ladera, pero el camino desaparece para convertirse en senda entre los árboles y bajar hasta el propio barranco del Hondón, así que certifico que este camino no es ciclable y vuelvo atrás para encarar, ahora sí, la última subida del día que me dejará junto al grandote, que espera calentito al sol con mi preciada cerveza y bocata en las gélidas entrañas de una nevera con hielo. Pongo rumbo a la ermita para dar cuenta de estos manjares a la sombra de la pinada y poder reposar los estimulantes efectos del líquido elemento. Ya asoman a mi mente algunos pasajes de esta crónica rememorando los preciosos momentos vividos a lomos de una bici por los caminos entre las montañas, bajo el sol.


martes, 7 de agosto de 2012

Calles-Villar de Tejas



Tras dos semanas de parón volvía a Calles para iniciar otra ruta memorable. Conocía gran parte del recorrido y tan solo una pequeña zona me quedaba por explorar, pero el resultado ha sido una ruta espectacular en todos los sentidos. Voy a desgranarla.
Agosto y sus calores no suelen perdonar, pero esta vez alguien ha tenido un poco de compasión (quizá demasiada en algún momento) pues la climatología se ha portado tan de maravilla, que incluso he llegado a sentir algo de frío en la parte alta de la ruta.
Desayuno en la terraza viendo un cielo cubierto pero que intenta librarse de las nubes como yo de las legañas mañaneras. Durante los estiramientos ya asoma algún rayito de sol entre la gris cubierta celeste. Y me pongo en marcha mientras pienso que me va a caer la del pulpo. 

El camino de la bodega hacia Chelva, ya conocido va picando para arriba y me pone a sudar de lo lindo mientras observo mi primer reto del día en las montañas cercanas. Llego al desvío hacia Chelva y giro a la izquierda para bajar la cuesta del muerto y llegar hasta puente Barraquena, cruzar, y comenzar la brutal subida del Tiñoso: casi 5Km. a más del 9% de media, eso es un puerto de 1ª en toda regla. No en vano le tenía tanto respeto a esta subida que ya hacía tiempo que no enfrentaba. En la última salida ataqué la otra rampa mortal de la zona: la subida hacia la compostadora y luego el camino del Herrero desde Calles. Pero eso ya está en la anterior crónica. Ahora tocaba sudar esta subida. Los chorretones no se hacen esperar y ya me corren por la cara a la primera de cambios. La camiseta ya no puede disipar más sudor y se me pega al cuerpo completamente empapada. Comienza la selección natural. Al final solo quedaremos los más fuertes: la montaña y yo. Todo bloqueado en la bici y todo puesto al servicio de la subida. Las ruedas patinando en algún punto donde la gravilla se acumula y un poco más de potencia en la pedalada las hace girar sin agarre. Como siempre me voy apoyando en las incomparables vistas que ofrece esta subida. 

Pronto llego a mi particular balcón sobre la subida y paro otra vez a hacer la foto. Siempre la misma, siempre diferente, siempre sorprendente y llena de magia. Los zigzags del camino se confunden con la cuesta del muerto, que hoy era bajada, pero que en cualquiera de los dos sentidos puede ser del muerto. Sigo a ritmo, encontrando sensaciones en las piernas que me dicen que estoy bien, el pulso y la respiración controlada me anima a seguir con este ritmo pausado pero tan persistente como la propia subida. Aún me queda un buen rato para pasar al otro lado de la montaña. Allí veré como el Turia se encajona viniendo del embalse de Benageber, allí también veré las abandonadas casas del Collado Estrecho, aquellas ruinas que quedan tan cerca y tan lejos, pues hay que bordear al montaña para llegar hasta ellas. Allí también estaré cerca de la cumbre, y la altitud y el viento, y un día nublado, muy nublado ahora mismo, y todo empapado de sudor, serán una combinación muy a tener en cuenta. Por momentos no me hubiera venido mal una manguita (y ya me estoy imaginando a más de uno descojonado y llamándome friolero), pero no la había y había que seguir. Miro atrás para ver el blanco pilón del V.G. allá arriba de la montaña. Ya estoy arriba, aún queda algo por subir pero el grueso de la subida ya está hecho. Mis sensaciones, en cuanto a cansancio se refiere, no tienen nada que ver con aquella primera subida en la que aquí parado se me nublaba la vista y el corazón casi se salía por la boca. Qué lejos queda aquello. 

Continúo camino para entrar en el altiplano. Alti sí, de plano nada pues los siguientes Km. son de continuos repechos, cortos pero duros y que hacen que el camino aún no haya dejado de subir. Paso el desvío del Collado Estrecho que me llevaría al caserío abandonado, en otro tobogán que no haría más que añadir desnivel y distancia a la ruta. 

Sigo hacia el Collado Cortina, a la derecha bajaría hacia el camino de Barchel y el embalse de Benageber, ya subí por este camino pedregoso una vez y no guardo buen recuerdo de su dureza. Hoy seguiré la pista principal en otro de los repechos duros de este tramo de camino. A la izquierda los imponentes barrancos que se dirigen hacia el Turia, cerca de las casas de Tuesa. Luego el collado del Mas de Alonso y el desvío, a la izquierda, hacia el cerro del Águila. Sigo el camino principal anticipando, mentalmente, el final de esta subida al llegar al desvío de los Visos. Toca ahora bajar hacia el collado de Nieva y el cruce de caminos: a la derecha hacia Benageber, a la izquierda hacia Chera, La Capitana y Calles, izquierda y sigo bajando. El paisaje cambia por completo. Paso, de una zona de vegetación rala y algunos pinos sobrevivientes, a una zona con una densa pinada en el barranco del Mas de Cervera. Tras unas curvas de herradura llega a la derecha el desvío hacia fuente Chelva. Tendré que cruzar el cauce, hoy seco, del barranco. El exuberante pinar es una gozada para los sentidos. Todo se apacigua aquí dentro, los sonidos, la respiración, el pulso, y también el viento, que ya no me enfría. Avanzo hacia la fuente donde tengo previsto almorzar. 

El paraje es sencillo y tranquilo, aunque queda un poco pobre al estar muy encajonado entre el camino y el barranco, y sobre todo cerca del vallado “electrificado” que rodea la finca de la casa de La Capitana para que no se salga el ganado. De todas formas tomo asiento, en una piedra cerca de la fuente, y disfruto del merecido almuerzo con la tranquilidad que atesora este lugar. Una vez comprobado que no he dejado huella de mi presencia en el entorno, continúo en suave subida hacia el barranco de la Zarza. Allí el camino gira a la derecha para evitar el barranco y continúa paralelo a él hasta su nacimiento junto a los corrales de Ricardo. El camino pronto se empina y me pone nuevamente a sudar. Preciosas vistas del interior del bosque desde la altitud que voy tomando. Sigo el GR7 que viene por este camino desde los chorros de Barchel por los Visos y continúa hasta la rambla del Reatillo. La subida tiene tramos de dureza, más por la gravilla suelta que dificulta el agarre que por la pendiente en sí que ya es considerable, pero a ritmo se puede subir. Poco a poco voy ganando la distancia que me separa del alto junto al abandonado corral. Hoy no hago parada aquí arriba y me lanzo a la bajada con más precaución de la deseada, el camino está realmente mal, con mucha grava gruesa en todo el camino, y las ruedas patinan que da gusto. Así que tirando de freno para atar en corto los caballos, voy bajando hasta la pinada de abajo. En el cruce a la izquierda y luego a la derecha en busca del Reatillo. 

Antes me interno en el bosque por una senda que me hace hollar la pinocha que alfombra el suelo bajo los árboles, para tatuar estas montañas en mi alma con gena roja del camino rociada con sudor, cicatrices a golpe de pedal para dejar huella imborrable en mi piel y en la suya. El espectáculo es indescriptible; solo la sensación de estar rodeado de una belleza tan frágil, me abruma y me obliga a parar para contemplar con calma esta serenidad silenciosa. Viene a mi mente la brutal monstruosidad del incendio de Andilla que pude ver de primera mano. Así que intento grabar a fondo estos momentos, este lugar, este tiempo de armonía con la naturaleza. Llego al camino de la rambla del Reatillo y bajo hasta la Hoya del Rayo. 

La fuente está seca, igual que la rambla. En lugar de volver atrás por el camino me interno en un páramo de tierra seca y cardos, hasta una pequeña senda que me devuelve al camino en dirección a Villar de Tejas. Aquí los cultivos cambian y las vides se hacen hueco entre los campos de cereales. La aldea del Cerrito queda un poco separada de Villar y no llego a tomar el desvío que me adentra en ella. A la entrada de Villar un abandonado lavadero, luego, a los pocos metros encuentro la fuente y el actual lavadero. 

La fresca agua invita a saciar la sed y de paso rellenar la camel para el camino de vuelta. Me interno en el pueblo, paso por la puerta de la iglesia y salgo por la carretera de Requena. A la salida de la aldea hay una vista magnífica de todo el valle del Reatillo, del bosque y de la sierra de la Atalaya a la izquierda y de la sierra Picochera a la derecha. 

Continúo para encontrar el abandonado Mas de Cholla en una curva de la carretera. Justo antes de las casas está, a la izquierda, el camino que tomaré después de ver los restos de estas casas. Usadas como pajar y leñera, las casas aún tienen algún uso, pero todo el conjunto está en lamentable estado de ruina y abandono. Lástima porque el conjunto presenta una solemnidad digna de sobrevivir al paso del tiempo. Tras las fotos tomo el camino que me baja hacia la rambla del Reatillo. Bajada suave pero rápida entre más cultivos de vid y campos de cereales ya segados. 

Junto al puente hay, mejor dicho, había, unas pozas entre las rocas en las que tenía previsto, si el día era caluroso, haberme dado un pequeño chapuzón para refrescarme del calor. Pero el sombrío día, aunque ya comienza a despertar “Lorenzo”, unido a las pozas secas, abortan este amago de baño. Remonto el curso del río girando a la izquierda tras el puente, a la derecha subiría hacia el 5 Pinos y pico Ropé. Enseguida giro a la derecha para adentrarme nuevamente en el bosque hacia la fuente de la Mata. De la fuente no encuentro ni rastro. Llego a un desvío y lo tomo a la izquierda. Poco después el camino se desdibuja entre los árboles, pero con la ayuda del GPS me volveré a poner sobre la pista. 

Llegado a la cañada junto a una enorme arboleda, no encuentro el paso hacia el camino del Mas del Pinar por lo que vuelvo a adentrarme en el bosque para tomar el camino de esta mañana junto a un depósito contra incendios. Desde aquí hasta casa todo camino conocido. Primero encaro la subida junto al abandonado Mas del Pinar. El conjunto de casas, como pasa con los corrales de Ricardo, unos metros más arriba, son un juguete en manos de los elementos. 

Pocos metros después llego arriba, un último vistazo al soberbio valle y ya solo me queda bajar hasta Lapuente Alta. 13Km. de trepidante bajada, sobre todo a partir de las casas de Valero que serán el lugar elegido para hacer la pausa de la comida. 

Esta primera parte de bajada es por un bosque más cerrado y tupido pero con mejor firme. En el cruce de las casas de Valero paro bajo los pinos a comer el segundo de los bocatas. Un breve descanso y me lanzo hacia abajo cogiendo buena velocidad.

No es para volverse loco pero se disfruta de un buen rato sin dar pedales y de notar el viento en la cara. Varios tramos se han limpiado a ambos lados del camino para hacer de cortafuego y despejar las cunetas. 

La pena es que si se limpia el bosque pero no se recogen las ramas cortadas, se consigue el efecto contrario al deseado, a no ser que lo que se quiera es un polvorín junto al camino. Llego rápido abajo, junto al río Turia, que me deja la última foto del día. 

Me queda el último esfuerzo en la subida hacia el radio faro. 3Km. de asfalto con unas vistas fascinantes bajo el tórrido sol de agosto que ahora ya ha salido a por todas. Desde el alto del radio faro a Calles se baje en un tiro. En definitiva una ruta que conocía en gran parte pero que me ha dejado una inmejorable sensación. Subidas muy exigentes y bajadas suaves pero divertidas, combinado todo con unos paisajes espectaculares y soberbios. Las pinceladas arquitectónicas también merecen un vistazo detallado, pero las sensaciones vividas dentro del bosque son joyas de imborrable recuerdo que atesoraré siempre. Solo me queda brindar con una cerveza por la ruta recorrida. A su salud.