jueves, 12 de agosto de 2010

Chulilla-AltoBandera-CruzMuela

Había planeado una plácida y tranquila ruta por los alrededores de Chulilla. Quería conocer los cañones del Turia a su paso por el pueblo y recorrer el profundo desfiladero que rodea este pueblo amurallado. Pero la belleza del paisaje y los obstáculos ralentizaron la marcha hasta que no quedo más remedio que acortar la ruta. Aun así la jornada no desmereció en absoluto y llegué roto a casa por el cansancio y la acumulación de sensaciones.

No tenía demasiadas ganas de madrugar, por eso la jornada de pedaleo comenzó sobre las 09.15 desde el parking a la entrada del pueblo. Desde allí bajo callejeando hasta encontrar las señales que indican el charco azul, mi primer objetivo del día. La bajada, rota de piedras y con escalones no es del todo ciclable pero tampoco se lo pone fácil a los caminantes atraídos por la colosal belleza del lugar. Son esas cosas que no entiendo, si tienes un reclamo turístico de primer orden y te molestas en señalizarlo al menos pon un camino en condiciones para que la gente pueda venir a visitar el lugar. Bueno, a lo que iba. A veces montado en la bici y otras llevándola para salvar los escalones, llego a la parte baja donde empieza la senda. Una enorme calavera petrificada parece mirarme, amenazante, desde la altura.

A su lado una cueva se adentra en las pétreas paredes del cañón buscando sus entrañas. El sendero se pega a esta granítica mole buscando su protección. Luego se bifurca el camino; uno baja hacia el río, lo cruzará a la derecha unos metros más allá, el otro se eleva un poco por unos escalones bordeados de una cuerda de seguridad. Vuelvo a cargar con la bici puesto que la corriente me impide el paso por el camino, mucho caudal y mucha fuerza lleva el río aquí y he tenido que remontar. Al continuar hacia arriba voy pegado al canal y el sendero se adentra entre un pasillo de barandillas a ambos lados. Al final una antigua central eléctrica es testigo mudo del abandono al que se ha visto abocada. Continuo hasta bajar unos escalones y voila!!! De repente entre los árboles se abre un inmenso lago. El río surge de la parte opuesta por medio de una boca en la montaña.



A su derecha parece que está el angosto cañón por el que debería de surgir de forma natural. Imagino que el canal se nutre de desviar el agua del río. La pared de la derecha está adornada con una pasarela en precario estado y equilibrio sobre las aguas. Más que una pasarela semeja una cárcel alargada y claustrofóbica. Un breve paseo por ella para sacar la foto de rigor me hace darme la vuelta suplicándole a los amarres hundidos en la pared que aguanten un par de segundos a que descargue mi peso en la sólida tierra. La altura de las paredes de las montañas que encierran este pequeño tesoro es colosal. El corte a cuchillo imposible por naturaleza. Labor de titanes entretenerse en cincelar las paredes, pero este Turia nuestro no para de sorprender al visitante en todo su recorrido, albergando joyas paisajísticas que quizá no tengas otros ríos más grandes, más poderosos y de mayor alcurnia. Saboreo el paisaje y el penetrante olor de agua de río, de piedra húmeda y de tierra y vegetación saturadas del líquido vital. El charco azul, visto desde mi posición y a estas horas casi parece verde al reflejar en su superficie el verdor de las montañas circundantes. Vuelvo sobre mis pasos para bajar hasta el río, ahora sí, y girar a la izquierda siguiendo su curso. El camino se ve, una vez más, cortado por el caudal de las rápidas aguas. A la izquierda unas piedras apenas cubiertas me animan a “andar sobre las aguas”. La engañosa poca profundidad me hará empaparme los pies, la bici se sumerge hasta media rueda, este hecho hará que en el siguiente vadeo me meta de lleno sin miramientos en el río, el calor de agosto invita a refrescarse, pero en invierno creo que será conveniente remontar la cuesta de bajada y volver al pueblo por el mismo sitio.



Llego a la peña Judía, un precioso prado rodeado de arboleda a la orilla del río y con un imponente peñasco detrás, la perspectiva se pierde aquí abajo, pero intuyo que se trata de la peña que alberga el castillo sobre el pueblo. Todo este sendero está salpicado de paneles informativos sobre la vegetación que vamos encontrando a nuestro paso. Después vuelvo a cruzar el río por un curioso puente; a favor de la corriente una serie de canales de hormigón permiten circular el agua, por encima unos tablones cruzan de lado a lado permitiendo que se pueda cruzar incluso si la crecida corriente pasara por encima del puente. Aún cruzaré otro puente igual, pero ¿¿porqué no lo había en los anteriores vadeos? Misterios sin resolver para los que no encuentro explicación. Al poco de pasar el segundo puente me encuentro de bruces con la cueva del Gollisno, el nombre quizá no sea el correcto, pero en cada mapa consultado tiene un nombre diferente. Es como una enorme herida abierta en la piel de la montaña.



Intento trazar una línea recta mentalmente a través suya que me llevaría, al otro lado de la montaña, al embalse de Loriguilla, tan cerca estamos de allí. Es abrumador, al mirar alrededor, lo pequeño que me siento en este profundo cañón rodeado de montañas. Pedaleo pegado al peñasco, sobre el que se levanta el pueblo, hacia la izquierda; poco después el desfiladero se abre a un valle y se ensancha la ribera del río que ya empieza a mostrar signos de cultivos. El camino conecta con el pueblo, a la derecha un camino cruza un puente sobre el río y me devuelve a la orilla Oeste. Este tramo de camino coincide con la vereda de castilla y se interna por el barranco de Vallfigueras, un sendero no ciclable que se adentra en la montaña hasta unas pinturas rupestres, luego, de seguir esta senda, se podría conectar con el camino que baja hacia Sot de Chera o en sentido contrario hacia el embalse de Loriguilla. Tenía trazada una ruta por este camino pero las precisas explicaciones de Oscar de http://www.barrancobike.com/  sobre la no ciclabilidad del camino me hicieron desistir y buscar otras alternativas que hoy estoy explorando. Yo en cambio sigo el curso de río y busco un camino que sube hacia el polideportivo de La Ermita. El camino vuelve a cruzar, literalmente, el río. Ya no hay contemplaciones que valgan, esta vez levanto la bici y metiéndome en el agua hasta las rodillas lo cruzo a pesar del gran caudal y la fuerza con la que empuja la tumultuosa corriente. Al otro lado el camino parece bastante abandonado en algunos tramos cubiertos de vegetación. Ya junto al polideportivo, las azules y tranquilas aguas de la piscina invitan a un chapuzón más sereno y relajado que las rápidas aguas fluviales. Lo lento de esta visita me hace recortar la visita al balneario, así que me voy directamente hacia el alto de la bandera; una montaña que asoma justo encima del balneario de Fuencaliente un mirador.



Tomo la carretera CV- 395 hacia Villar del Arzobispo, poco tráfico y pocos Km. de rodar por carretera, pero es que no hay otra, bueno sí pero el rodeo es de aquella manera. Ligera pendiente hacia arriba hasta llegar al desvío. Lo tomo a la derecha y me meto por un camino que me recibe con un charco de fango, está visto que este es mi sino en esta ruta. La pendiente no es matadora pero es constante, pero el “camino”… Una lamina de roca “asfalta” el camino, es por toda lógica irregular, la pendiente unida a los escalones que hace la propia roca invita a la rueda delantera a encabritarse continuamente, si cuando baja no tienes la suerte de ponerla en sitio “plano”, el rebote hace que se vuelva a encabritar… y así continuamente. Es cuestión de tiempo echar pie a tierra y tener suerte de no doblarte un tobillo. Total que la sudada que estoy cogiendo en este tramo es de las que hacen afición. A esto se une que desde que salí del río, el frescor que me estaba acompañando ha desaparecido por completo y el Sol castiga de lo lindo, no en vano estamos a mediados de agosto. Lastima no haber parado a hacerle una foto al caminito de marras, tanta piedra y tanto bache hicieron que se me atravesara el camino y viera en él un peligro inminente para bajar. Haciendo buenos tramos a pie llego arriba y el camino se hace algo más ciclable. Así llego al desvío hacia el mirador. Pero este tampoco será fácil, me quedan por delante más de 600 metros de un camino erosionado, casi un paisaje lunar donde no puedo dar ni una sola pedalada. Cargo por enésima vez con la bici y enfilo este monte pelado de árboles hasta el mirador. Bueno, en un momento dado, viendo que la senda empieza a bajar y sin saber realmente si hay mirador o no, me invento un “mirador” acercándome al cortado ya que no tengo ganas de descender ni un solo metro, que luego habrá que subirlo por esta tortuosa senda. La vista es espectacular pero, en honor a la verdad, menos de lo que esperaba, o será que el esfuerzo y el cansancio exigían una recompensa mucho mayor. Hay otro mirador que me había marcado por la proximidad del camino al borde del barranco, pero que no sé si será o no como yo imagino. Está junto al corral de Javier, no tiene pérdida ya que está indicado. Llego al lugar marcado y me adentro en la frondosa muralla vegetal que delimita el camino. Me voy abriendo paso entre aliagas, ramas de romero y otros arbusto, el resultado es un montón de arañazos en las piernas y algún que otro pinchazo con hojas de coscollas y demás arbustos espinosos. El cortado en la montaña no tarda en presentarse. Justo donde lo había calculado, debajo está el lugar donde se junta el río Sot o Reatillo al Turia. Veo abajo un edificio en ruinas que imagino como una antigua central eléctrica.



Los meandros del Turia a mi izquierda, dirigiéndose hacia Gestalgar, se adentran en los montes antes de desencajonarse junto a la presa de Gestalgar, aquella que duró en pie el tiempo justo para ser inaugurada. La peña María no se ve desde aquí por poco. Hacia la derecha, junto al río asoma algún vestigio del balneario. Enfrente la carretera que sube serpenteando el puerto de las muelas para luego bajar hasta Sot de Chera. Y junto al edificio en ruinas el camino que se adentra para ir al encuentro del río Sot, ese camino queda pendiente para otra ruta. Ahora quiero adentrarme un poco más en esta montaña a ver si puedo llegar a ver la peña María. Lo consigo llegando hasta el final de este camino, la continuación es una senda en sentido descendente por el que es imposible bajar en bici. Contemplo el paisaje alrededor. La sierra de Enmedio se muestra altiva al otro lado del valle. El pico Tarrac crece en su parte izquierda desde mi posición. Más a su izquierda la sierra de Chiva escalona sus cumbres hasta llegar a la Carrasquilla, esta cumbre tampoco es ciclable por lo que, al igual que Tarrac se pueden permitir el lujo de permanecer inéditas ante nuestras pedaladas. Inicio el regreso. Cuando venía he visto un camino de bajada que intuyo llegará a la carretera, una vez allí amplio el mapa en pantalla y efectivamente llega hasta la carretera que tengo que tomar. La inseguridad que me ha dado el camino por el que he subido me decide a tomar este, además es apenas un poco más largo. Tenía la sensación que de haber bajado por donde he subido me hubiera caído. Aquí en el cruce aún estoy tentado de intentar bajarlo, más que nada por aquello de no quedar como un cobardica, pero, ¿Quién se va a enterar? Al final el sentido común gana la batalla a la osadía y decido no arriesgar nada, que bastante sufrimiento hay en esto de pedalear. El camino que he tomado está en perfectas condiciones, camino de tierra compactada, sin piedras y todo de bajada. Curvas amplias y con bastante visibilidad. En general todo el rato así. Llego en un suspiro a la sorpresa del día. El área recreativa de Pelma. La había oído nombrar o bien la había visto en algún mapa pero no me imaginaba llegar aquí, al menos hoy. El paraje esta en el hondo de un pequeño barranco y conserva una humedad que mantiene la pinada que aquí crece. Sombra, frescor y aromas de mil y una plantas se entremezclan en este acogedor vergel a los pies de un monte desnudo de árboles.



Tomo la carretera hacia La Ermita en sentido descendente. Antes de entrar tomo un desvío a la derecha que me hará recortar carretera y me lleva hacia Chulilla. Justo en el cruce de la piscina me incorporo a la carretera y llego a la entrada del pueblo. En seguida una calle se abre a mano derecha, es la calle de la cruz, como no podía ser de otra manera me pone mirando hacia arriba. Paso una fuente y llego al cementerio. La subida de verdad de la buena empieza ahora. La primera rampa es colosal. Conforme crees estar acabando de subirla aparece tras la cresta del camino la continuación de la subida. Se acaba el asfalto y con él este tramo duro. Voy pensando que debe de haber sido lo peor. Otro tramo de asfalto. Esto pinta mal pues miro hacia arriba y de montaña queda un rato. Después de 3 tramos así el tío del mazo no tiene ni que venir a darme, me bajo de la bici fundido. Lo llevaba todo puesto, el desarrollo no se podía reducir más. Arrastro la bici unos metros mientras seco la camel. El agua caliente ya no me refresca y la sudo casi instantáneamente. Acumulo un poco de fuerzas y me pongo otra vez a pedalear, a la segunda pedalada noto como los gemelos se vacían y pierdo toda la fuerza de golpe. Miro hacia arriba pensando que esto no se acaba nunca. Otro descansillo y lo vuelvo a intentar. Avanzo cansinamente al borde de la verticalidad. He subido rampas peores pero creo que tanto arrastrar hoy la bici y la subida de la bandera por aquel terreno machacado me han fundido más de la cuenta, a esto hay que unir el desgaste mental. Prefiero ir siempre subido en la bici por dura que sea la cuesta que echar pie a tierra. Y eso me está pasando factura. Me animo diciéndome que ya no bajo más. Parece que surte efecto y la pendiente ya no puede conmigo. O eso, o es que ha suavizado. No del todo porque llego a la pared del día. Pedazo de rampa. Parece sacada directamente del Montdúver para ilustrar la peor de mis pesadillas. De lado a lado del camino le quito algún decimal de porcentaje y me voy acabando la montaña que hay a mi izquierda. Por fin llego al desvío y me dirijo al depósito de incendios (que por cierto está vacío) y a la cruz. La vista es espectacular. El pueblo es un laberinto de calles allá abajo donde las personas parecen hormiguitas. El castillo sigue mandando desde su altozano sobre el pueblo, y, el cañón del Turia dibuja su quebrado paseo por estas tierras a golpe de agua sobre la roca hasta abrirse paso.



Disfruto de la panorámica como merecido premio a tanto esfuerzo. O mucho me engañan los sentidos o esta ruta se ha convertido en algo mucho más duro de lo que tenía previsto hacer hoy. Luego me acerco al alto de la muela hasta el V.G. pero no hay camino para llegar hasta él. Lo veré a unos 100 metros, protegido por un mar de arbustos que no tengo intención de surcar. Le hago una foto con el pico Ropé asomando a su lado y me despido de esta montaña que, con su altitud, me servirá de faro y punto de referencia vista desde otras montañas. Toca bajar. La pronunciada pendiente y el continuo curveo no dejan lanzar la bici, de todas formas las brutales frenadas a que obligan las curvas tampoco aconsejan dejarse llevar demasiado. Ya en la puerta del cementerio acerco la mano a los frenos para comprobar el calor que desprenden, se han tenido que emplear a fondo en su lucha con la fuerza de la gravedad. Llego al parking cruzando el pueblo y paro a refrescarme en la fuente justo delante del coche que es más una sauna que un coche. Camino a casa para encontrarme con la siempre refrescante cervecita que me repondrá de los minerales perdidos en esta cruenta batalla de hoy.



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