En los años 80 hizo furor una marcar de prendas deportivas;
los fieles a la marca y ahora nostálgicos, aunque hay que decir que ha vuelto,
aunque con menos fuerza de la deseada, nos pertrechamos con zapatillas,
camisetas y las reconocidísimas parcas de la marca “Karhu” que lucimos durante
años y, que con el paso del tiempo, aún atesoramos como autenticas joyas,
algunas en perfecto estado de uso.
Pero nada tiene esto que ver con la ruta de
hoy, o sí… si lo miramos desde la cara del “oso”, el último oso de La Calderona.
Inicio la ruta en el Puerto de Sagunto. El mar me mira
adentrarme por la desembocadura muerta del río Palancia.
Unos arcos dan la
entrada a esta zona acondicionada con caminos y como zona de esparcimiento y
actividades deportivas. Unos montones de tierra me obligan a adentrarme entre
unas casetas, al otro lado de estas llego al vado asfaltado por el que cruzan
los coches el cauce del río. A ambos lados unas monumentales arboledas crecen dando
sombra a los caminos que circulan bajo ellas. Me adentro ahora en la margen
izquierda y transito bajo un mundo inundado del olor a eucalipto. Este
magnifico tránsito dura poco y luego encuentro un camino muy similar al
conocidísimo parque fluvial del Turia. Con la evidente diferencia de la falta
de agua y frescor y la consiguiente falta de árboles. Aun así el camino tiene
algo de especial. Las montañas, lugar de destino en la ruta de hoy van
acercándose pedalada a pedalada detrás del castillo de Sagunto.
La enorme mole
de la montaña coronada con el excelso castillo se agranda ante mis ojos con
cada metro que avanzo. Detrás, la mola de Segart parece un gigante enano. El
camino del río se acaba junto al muro que sube a Sagunto, una senda acaba los
últimos 5 metros
de río obligándome a bajar de la bici para salvar la rampa y el bordillo por el
que accedo directamente a la carretera, ni una acera ni un carril bici, ni
siquiera un paso de peatones, nada, el mundo es de los coches. Enseguida llego
al puente que cruza al otro lado del río, sigo recto para adentrarme en la
calle que se pega al río. Los edificios son colosos de 8 plantas, pero al otro
lado, una nueva expansión del pueblo abre nuevos horizontes al despropósito urbanístico
y al mal gusto. Edificios de hasta 10 plantas matan completamente la preciosa
ermita de sant Cristòfol que se alza sobre un altozano en lo que algún día
estuvo en las afueras del pueblo, hoy casi integrada en él a fuerza de hormigón
y ladrillos. Sigo por esta calle y me adentro en la acera cuando es posible o
sigo por la carretera cuando no. Bajo al cauce en el único punto donde he sido
capaz de encontrarlo, pero con tan mala suerte que muere unos metros más allá,
casi a la salida del pueblo en un azud que no se puede remontar, así que subo
unas escaleras hasta la carretera que sale del pueblo. Encuentro,
afortunadamente, un carril bici que, con más o menos fortuna, pues en algún
punto se cruza la carretera y el carril desaparece, no hay posibilidad de
cruzar para retomarlo al otro lado, me lleva hasta las huertas de Gilet tras
cruzar un pequeño barranco. Por un paso inferior salvo las vías del tren y
luego la autovía. Entro al pueblo frente a la iglesia y giro a la derecha. En
la plaza una calle se eleva hacia el calvario, encuentro las estaciones de
penitencia adosadas a la pared de las casas. El grado de elevación de la
pendiente se agrava con cada estación. Ya no hay pérdida, solo hay que seguir
el camino que sube. Se acaban las casas y una pinada teje, con sus hojas
caducas, el suelo por el que transito. Todo metido en los platos y agachado
sobre el manillar para evitar que la rueda patine en la pinocha. Esto me recuerda
a otra rampa que también subía hacia un santuario no hace muchas fechas… no es
lo mismo desde luego, pero la sensación que tengo en las piernas me indica que
no es mi mejor día. El calor me está atacando de una forma despiadada, pero el
cansancio que llevo encima del trabajo me está pasando factura.
Llego arriba
junto a la ermita de sant Miquel y un asomo de pájara me obliga a tomarme mi
tiempo de descanso. Vale, tomo nota del aviso y me digo que la jornada me la
tomaré con calma. Desde aquí arriba diviso la torre de Gilet que desde abajo no
veía tapada por la iglesia. La ermita no tiene mucho más que ver así que bajo
otra vez al pueblo y retrocedo para verla. Desde allí vuelvo a retroceder para
llegar hasta la bajada de la ermita. Retomo ahora la carretera en dirección a
Santo Espíritu. Este tramo de carretera no tiene mucho tránsito a pesar de
llegar a muchas urbanizaciones, de todas formas, extremo la precaución ante los
coches con los que me encuentro. Rotonda a la izquierda y más urbanizaciones.
Luego la carretera se adentra entre la pinada que conduce hasta el convento.
Antes paso el camino a la derecha que tomaré después de la visita al convento.
Ya conocía este lugar de las rutas: http://rodaipedal.blogspot.com.es/2008/12/crnica-pla-de-lluc-monasterio-de-sant.html
y http://rodaipedal.blogspot.com.es/2009/12/cronica-de-manises-monte-picaio.html
pero ante este encantador lugar no podía pasar de largo sin una breve parada.
Bajo hasta el camino que ahora queda a mi izquierda y me adentro en la montaña,
en los caminos de tierra y piedra, en mi terreno. La subida pronto se endurece.
Cuando quiero darme cuenta ya están todos los hierros metidos y yo boqueando
buscando aire. Las piernas me pesan y subo a ritmo, a ritmo lento quiero decir.
Encuentro las temibles rampas asfaltadas de las que no me quería acordar, con
la esperanza de que hubieran desaparecido. No es el caso. Ahí están, poniendo
unos puntitos más de interés a la rampa. Casi no sirve aquello de ir en zigzag,
el camino es tan estrecho que casi no ganas nada, mas que desequilibrarte. El
sudor me corre como si me hubiera echado agua por encima y las gafas están
llenas de gotitas de sudor que me molestan para ver.
A mi derecha la montaña de
la cruz. Su increíble perfil atrae la vista como un poderoso imán. Voy ganando
altura junto a campos de naranjos que poco han crecido desde nuestro paso de la
primera ruta arriba mencionada. Sobre ellos el Xocainet que tendré que rodear.
Llego hasta el refugio de los cazadores, pero el camino aún no ha tocado techo.
Me adentro por completo en la pinada. El terreno adquiere con más fuerza el
rojo del rodeno y firme encuentra su justa medida en el caos que otorga esta
terreno quebradizo.
Tan pronto el camino es una alfombra roja compactada, como
un mar de agujas de piedra saliendo del suelo o un laberinto de roderas comidas
por la acción del agua. El transito de un firme al otro es tan rápido como
incierto. Esto dificulta sobremanera la subida, que poco a poco me lleva hasta
la boca del “oso”. Y es en este tramo cuando encuentro las rampas más duras.
Llego a una bifurcación que recto sigue hacia la Mola de Segart. Giro a la
derecha para tomar el camí del Caçadors y encontrar enseguida la bajada. Pero
la recompensa será llegar arriba para obtener unas extraordinarias vistas sobre
Les Merles y El Garbí.
Ya tocado techo de la ruta junto al Xocainet, busco un
lugar sombreado donde almorzar y descansar un rato. Cada parada fotográfica me
ha obligado a alargar la parada para descansar ante las constantes bajadas de
tensión y asomos de pájara. Así que el almuerzo se tomará su tiempo mientras
disfruto de unas inmejorables vistas sobre El Garbí, el Alt del Pí y Les
Merles.
Después del almuerzo me pongo en marcha ya en terreno
descendente. El camino baja hacia la potente muela de La Rodona.
Poco
después llego a la carretera y por ella hacia Albalat. Rotonda, paso inferior
de la autovía y otra rotonda, aquí a la derecha y otra vez derecha antes de la
parada del autobús. Un pequeño camino asfaltado bajo la vía del tren que
después de la curva se pega a la autovía. Es un tramo del antiguo trazado del
tren minero, este trazado más arriba es la vía verde de Ojos Negros, pero aquí
está desconectada y no está señalizada. Aun así pasaré por uno de los túneles
que se conservan en este pequeño tramo. Vuelvo a cruzar la carretera y la vía,
hacia la izquierda para bajar hasta el cauce del Palancia. Es un tramo algo
lioso, pues al llegar a la carretera y pendiente de los coches no veo que el
camino está completamente de frente. Aclarado el error consigo bajar hasta la
orilla del río. Más que río es un páramo. Un camino polvoriento que sortea
algunos tramos en obras y otros donde se amontonan escombros y residuos, amén
de la poca vegetación y menos arboleda que de un poco de sombra. Cruzo el río
por uno de los vados y por camino asfaltado llego hasta Petrés. Antes una vista
en perspectiva de Gilet, la torre y el campanario y la ermita elevándose hacia
la grandiosidad de La Calderona.
Contrasta su blancura con la verde pinada de la colina sobre la que se levanta.
Hasta los pies de la misma colina lo que otrora fueran campos de cultivo son
hoy un terreno urbanizado, que no edificado todavía. Una cadena cierra el paso
al camino de subida. La rampa es cruel para mi estado de cansancio de hoy. Una
subida corta pero muy intensa me deja frente a la ermita que reza un “socorro”
en neón difícil de interpretar. La explicación de esta obra de arte en el
cartel interpretativo, también.
A mis pies, la ciudad romana de Saguntum, casi queda
envilecida por los monstruosos edificios que mencionaba antes.
Una fachada que
evidencia un “sky line” de dudoso gusto. Este ensanche norte del pueblo ya es
tan grande como el mismo pueblo, eso sin contar el ensanche este que llega
hasta el Puerto de Sagunto, y que ha convertido en urbanizables millones de
metros cuadrados. El calvario casi lo tapa esta mole de colorines a mayor
gloria del arquitecto. El teatro romano es también visible por su colosal “reconstrucción”
(quizá del mismo arquitecto). Ante tanto despropósito, el castillo, que debería
ser santo y seña del pueblo, languidece en lo alto de la montaña y se
empequeñece ante tan fastuosos agravios constructivos. Y por si todo esto fuera
poco, a lo lejos, pero como si estuvieran aquí mismo ante su megalítico tamaño,
los monstruos de la antiguas factorías metalúrgicas afeando aún más el
horizonte. Un horizonte plagado de obstáculos hacia el mar, ese mismo mar que
algún día nos dio de comer. Pasado, presente y futuro. Un futuro que muchos
creían inacabable y que hoy, hecho presente, nos ahoga sin piedad. Me pongo
otra vez en marcha bajando hacia el pueblo. Recorro el carril bici que se pega
al cauce del río por la parte norte. Cruzo algunos puentes y llego al final de
este ensanche. No he visto por donde bajar al río, así que tomo la carretera de
Canet esperando algún camino que me conecte con el paseo del río. Error. Justo
antes del paso inferior de las vías hay un camino asfaltado que gira a la
derecha y este es el que baja hacia el río y allí se conecta con el paseo. Yo,
esperando encontrar algún camino recorreré unos kilómetros de carretera hasta
que harto de este paisaje aborde un camino que muere en una acequia. Cargo la
bici al hombro y tras cruzarla y bajar un terraplén me planto en mitad del
camino a orillas del Palancia ya frente al hospital. Este último tramo me lleva
hasta la impresionante arboleda que veía esta mañana desde la otra orilla.
La
atravieso por completo y salgo junto al faro para cruzar la carretera y entrar
Nova Canet. El faro se alza orgulloso a sus 30 metros de altura y sus
más de 100 años de historia. Allá arriba está el V.G. invisible e inalcanzable
para mí.
Llego a la playa y me asomo a ella entre los bañistas. No me hubiera
venido mal un chapuzón con la que está cayendo, pero como no soy muy amigo del
agua salada y la arena, prefiero llegar a casa de David y abordar la ducha,
después de reponer líquidos desde el fondo de una buena lata de cerveza.
TRACK DE LA RUTA:http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=3028789
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